No
intento explicarte mi suicidio
Estremecen
los blancos dejados en la impecable carta del suicida.
La
magnolia en el vaso sin agua, curvada como la reverencia de una bailarina de
ballet.
Los zapatos paralelos, inertes, a los pies de la cama.
El traje, sin tu cuerpo, colgando inmóvil de la percha.
La tristeza.
La serenidad.
(Mientras,
el telescopio infrarrojo Spitzer, lanzado al espacio en 2003, órbita
heliocéntrica, programado para alejarse de la Tierra unos quince millones de
kilómetros al año, capta una insólita lluvia de diminutos cristales verdes y
amarillo pálido: olivinas, forstercitas, sistema cristalino ortorrómbico,
formula química Mg2SiO4. Nace esa sorprendente lluvia en la nube exterior de
HOPS-68, estrella emergente de la constelación del Cazador. Mientras.)
El
traje sin tu cuerpo.
La serenidad o la brisa ondulando las espigas de ese mar de cebada.
Los zapatos con brillo aún de domingo.
El cuarto movimiento de la Quinta de Mahler.
La sed de la magnolia.
La tristeza o el parpadeo del tubo fluorescente en aquella sala de hospital.
Cajones abiertos y vacíos, perchas alineadas y vacías.
Te
estremecen esos espacios blancos -que tú podrías completar- en la exquisita
carta escrita o no, dejada o no, en la consumación.
El
suicidio como una de las bellas artes.
¿Por qué esta mañana de sol piensas en eso?
De:
“Matar poetas”
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