viernes, 4 de abril de 2014

FRANKLIN MIESES BURGOS


 

Canción de los ojos que se fueron
 


Se me fueron los ojos por mirar la presencia
posible de las cosas que pasan como el río,
como el pájaro blanco de una luna sin alas,
como el cristal en donde se desnuda el silencio.


Desde niño se fueron...
y ahora tengo en la sangre
otros ojos que miran por encima del aire,
por encima de toda transparencia distante,
y esta es mi pena ahora: el término y distancia;
el que yo muera siempre, mientras los otros cantan
cuando yo me deshago de llanto entre las yerbas
buscando la sonrisa que olvidan las estrellas
al huir presurosas ante la luz del día.
 

Yo me iría tirando también como los otros
en un cauce perfecto mis redondas palabras;
pero no puedo, no; hay otras formas mudas
que me llaman más hondo que la voz de las aguas.
 

Yo sé que nadie ignora la vida de mis ojos
allí donde la niebla tiene rosas moradas,
y el silencio devora la imagen de otra luna
hecha de anochecidas canciones apagadas;
allí donde los nardos son palomas crecidas
con las alas quebradas,
y el jilguero no es sólo la dulzura de un canto,
sino una ruta ancha por donde de puntillas
llega de noche el alba;
quiero decir: allí donde todas las hojas
elaboran por dentro de la savia fecunda
de sus verdes entrañas,
la presencia de una primavera enterrada,
en donde están gritando de angustia por su vida
las rosas que no nacen;
allí están mis ojos: los ojos de mi sangre,
los que miran tan sólo por encima del aire,
por encima de toda transparencia distante;
los ojos que me dieron, que no fueron de carne;
allí están en la sangre
mirando el lado opuesto, la forma diferente,
el oculto sentido de la carne y la esencia;
porque todas las cosas tienen su doble sombra,
hasta la voz y el viento.

 

 

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