Licencia
sin sueldo
Azul que lima el azul,
el mar se cambia de ropas,
eleva su mástil, su velamen,
inicia una flor en la solapa,
desliza una canción,
se marcha de paseo,
listos el bastón, la leontina,
la rosa en el ramo y la tarjeta.
Encontró en su baúl más hondo
—solemnes las anclas,
verdes las arenas—
en baile nuevo.
Se lleva los arrecifes,
se lleva los perros que acostumbran
acompañarlo cuando el alba,
se lleva el coral y los recuerdos.
Parte en un corcel de sal y caracoles.
Tardará mucho en regresar.
Prefiere su viejo aire
de caballero decoroso.
No concilia con la voracidad
y la estulticia de los hombres.
Ahora el mar toma su asueto,
olvida el hambre,
ignora apetencias y premuras.
Va a descansar.
El mar ceremonioso
se inclina
—es su más reciente
galanteo—
ante una isla extraviada
en el océano,
y le besa las manos y la frente,
y se la lleva a bailar a las verbenas.
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