lunes, 14 de diciembre de 2020

VLADIMIR AMAYA

 

 

 

 

El Ayuwoki me cuenta una historia antes de dormir

 



Chusco, el perro que cayó del cielo:

de ojos asustados y cola torcida

nunca pensó que el plan era el abandono.

Creyó paseo, viaje al campo, caminata por las ciudades.

Muy pronto descubrió que los perros

no tienen alas ni les es permitido el retorno.

 

Metió su cabezota en un agujero

para protegerse de la lluvia

y de las burlas de los canarios en las jaulas vecinas.

Ese perro entendió lo que era ser hombre

porque tuvo miedo y se sintió lejos de su cálida costumbre.

Pero, desde una esquina,

oyó a la naturaleza pronunciar su nombre

y vio a lo lejos una perrita color marrón

comiendo sobras en un montículo de basura.

Chusco nunca antes se sintió tan a salvo y feliz

como ese día en que perdió el cielo.

Enamoróse  de aquella schnauzer caída en desgracia hace años,

y la persiguió por plaza y arrabales,

tanto, que olvidó

el cielo y su propia caída.

Y en los ojos de su compañera lanuda

descubrió que a los perros poco o nada

les importa regresar a ese cielo     de donde caen.

 

 

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