Dragoncitos de Komodo
Con
las manos sobre la superficie de la mesa
mi
hijo me está explicando
cómo
atacan
los
dragones de Komodo:
“Se
acercan a su presa lenta,
pero
tan lentamente,
que
no parece que se están moviendo”
—y
su mano derecha se desplaza
(con
menos lentitud de la que él
seguramente
quisiera)
hacia
la incauta izquierda.
“De
repente
—la
mano se crispa un poco—,
de
un solo movimiento potentísimo
—dispara
una mano rauda—,
atrapan
con los dientes a su víctima”
—ya
envuelve una mano a la otra con furiosos
tendoncitos.
“Alcanzan
hasta 20
kilómetros
por hora en ese impulso”
—le
digo yo porque espié
la
página que él había estudiado.
Me
mira con asombro
pero
sé
que
le he robado un dato
y
que mi aportación científica es muy pobre
frente
a la caza contundente
que
me ofreció con sus manos.
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