miércoles, 18 de diciembre de 2019

JULIO TRUJILLO





Dragoncitos de Komodo



Con las manos sobre la superficie de la mesa
mi hijo me está explicando
cómo atacan
los dragones de Komodo:

“Se acercan a su presa lenta,
pero tan lentamente,
que no parece que se están moviendo”
—y su mano derecha se desplaza
(con menos lentitud de la que él
seguramente quisiera)
hacia la incauta izquierda.

“De repente
—la mano se crispa un poco—,
de un solo movimiento potentísimo
—dispara una mano rauda—,
atrapan con los dientes a su víctima”
—ya envuelve una mano a la otra con furiosos
tendoncitos.

“Alcanzan hasta 20
kilómetros por hora en ese impulso”
—le digo yo porque espié
la página que él había estudiado.

Me mira con asombro
pero sé
que le he robado un dato
y que mi aportación científica es muy pobre
frente a la caza contundente
que me ofreció con sus manos.



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