La migala
Cosa curiosa este pequeño
hastío, durante el insomnio se instaló en la casa. Como una migala tibia es su
marcha; se oye sobre la tábula rasa de la noche escarbar y destejer su sombra
vaga. Pareciera que desmenuza los objetos. Si espías detrás de la puerta miras
cómo succiona de ellos la mísera vida. Después se aquieta.
De día semeja una flor,
negra magnolia abandonada. Si te acercas y le tocas un pétalo, crece
descomunal. Puedes voltear el cenicero y encerrarla: puño cortado la migala.
Cuando la crees vencida se
aproxima, percibes sus vellos junto a tu cuerpo, su boca sedosa cerca de tu
vientre. De gorgoteos inunda la casa, de un corazón rechupado que sale en
fragmentos; nudoso como tedio tejido a las paredes. No la ves, sientes sus
ventosas, sus parejas de patas sobre el muro. La exhalación muda encaja tan
hondo que nunca más vuelve la migala.
La buscas por el reverso de
la alfombra, entre los retratos y las cajas; esperas de noche mirar sus ojos,
anhelas en la cama un sudor. Sólo oyes crujir el dintel, una especie de pulso
que se acerca
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