domingo, 25 de julio de 2021

JUAN CARLOS CABRERA PONS

 

 

 


La Violinista

 



La forjaron en la más oscura sombra
del húmedo rincón de una caverna.
Para que mejor supiéramos temerle,
hicieron de la violinista
una copia animada de su infierno:
sus ochos patas como los angostos
túneles al centro del prosoma.
Quien primero la miró, un solitario,
supo guardar distancia.
En una lengua aún no escuchada,
erigió para ella un monumento:
con los ojos quietos la nombró a r a ñ a.

 

Alejada del resto, no quiso para sí
las geometrías en que reposan
el rocío y la luz de la mañana.
Antes buscó los rincones,
la insospechada esquina,
el hueco justo al borde de mi cabecera.
Y se quedó esperando. Ahí aprendió el silencio.
Ahí practicó el arte de esconderse. No
la hallaré esta noche. Y no perdona:
fiel a sí misma,
es tan callada que ni quita el sueño.

 

Y como no llegara con su anatomía
a predecir mi insomnio, jamás
supe temerle ni por cerca ni por lejos.
Y al recostar las sienes casi al borde
de su esquina, me acosaron más bien
otros temores: no de su luz la sombra
sino el bochorno de las horas.
Cómo hubiera querido
que brillara sólo para mí el minuto
que es la vida. Que me alumbrara a mí: tú,
más que ninguno,
eres un singular entre la especie.

 

Calladita, la violinista no distingue
las promesas del siglo.
Sabe que hay un segundo, el suyo,
que no perdona. Quizá esta noche
al fin descifre su caligrafía.

 

 

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