Una rosa para Dylan Thomas
“Murió
tan extraña y trágicamente
como
había vivido, preso de un caos
de
palabras y pasiones sin freno… no
consiguió
ser grande, pero fracasó
genialmente….”
D.
T.
Se
dice: “no quiero salvarme”
y
sus palabras tienen la insolencia
del
que decide que todo está perdido.
Como
guiado por una certeza deslumbrante
camina
sin eludir su abismo;
de
nada le sirven ya los engaños
para
sobrevivir una o dos mañana más:
conocer
otro cuerpo entre las sábanas destendidas
y
derretirse pálido sobre él
o
reencontrarse con las palabras
y
hacerlas decir para mentirse
o
ser el otro por el tiempo que dura
la
lucidez del alcohol en la sangre.
En
la oscuridad apretada de su corazón
allí
donde todo llega ya sin piel, voz, ni fecha
decide
jugar a ser su propio héroe:
nada
tocará sus pasiones y sus sueños;
no
envejecerá entre cuatro paredes
dócil
a las prohibiciones y a los ritos.
Ni
el poder ni el dinero ni la gloria
merecen
un instante de la inocencia que lo consume;
no
cortará la cuerda que lleva atada al cuello.
Le
bastó la dosis exacta de alcohol
para
morir como mueren los grandes:
por
un sueño que sólo ellos se atreven a soñar.
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