Cristos de diamante
y por un río nuevo,
sin mirarlo,
con pueblos de sonido
y longitud de
Arcángel.
Eunice Odio
En
la tarde se incendia el río
hasta
los aleros de las casas,
la
tristeza enamora el viento hacia la noche,
en la
cima palmeras lunáticas
estrellan
su pecho en éxtasis contra la tormenta
Cristos
de Diamante, me digo,
cuando
veo el cielo abierto
como
la panza de una vaca degollada
atravesando
el puente del Alba
con
el rostro hechizado y lleno de presagios.
Alcé
los ojos más allá del río
y
las estrellas me invitaban a su pueblo
donde
cabía mi angustia antigua de reclamar
el
reino traslúcido del sonido.
Bajé
la mirada hacia mi paso
y vi
toda la carne:
la
invadía una luz de río vertical
En
mi frente la estrella rodaba siendo niña por primera vez
El
cielo desapareció para verme
El
río es el sol
Estoy
solo
La
tarde
no
cabe
en
mí.
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