lunes, 1 de enero de 2018

MANUEL IRIS




Aparición
  
No creas que te estoy requiriendo,
Ángel. Aun si lo pretendiese, nunca vendrías;
pues mi llamado queda siempre lejos.
     Rilke, Elegías, IV.




I

Desprecias destruirme. Tu carne
adquiere —frente a mí— un calor
menos mortal. Afirma
el corazón su doble miedo
de mirarte y de abstenerse. Temor
de ojos mortales.
Suelto la voz
y agradezco tu vestido: que no ilumines
con tu piel terrible
mis defectos todos,
que no me arrastres a morir de luz.


II

Deviene tu presencia, acude
a sílaba de carne y de lamento
para insinuar tus pies
cuando te invoco
                              atrevimiento
concebido desde antes
de que sepas
   —hermosa más que el Ángel
y como él terrible—
que vas a marchitarte.


III

Quizá estás confundida, quizá
perenne, el ruido de tus pies
ha hecho callar las tardes
y tu vientre al ocultarse
provocó la noche.
De cualquier forma, Ángel de carne
Luz de carne, Piel de carne
no puedo resistir
tu desnudez de antes
y después de todo: Lo eterno es demasiado.
Tu presencia, si mortal, es una flama
que todo lo consume: Desnuda eres letal,
y no me escuchas.


IV

No estoy llamándote, flama clarísima,
porque no canto en tono necesario para tocar tu oído
y porque mis palabras —las mejores—
se calcinan al rozarte
                                   y aunque sé
por la verdad
por la distancia
por lo cruel
de nuestras dos naturalezas
que este poema jamás va a llegar a ti
lo arrojo hacia tu piel,

lo doy al fuego.

De: “Cuaderno de los sueños”


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