Y entonces, el vacío
Estás
en la casa y te saluda el ruido del refrigerador.
Ordenas los vasos sin lavar
recuerdas que todavía hay ropa sucia
de días que pasaron, que pasarán.
Miras libros pendientes de leer
aunque siempre vuelves a los mismos de siempre
que te explican lo ya explicado.
Buscas el cargador, aunque sabes que poco importa
que esté llena la carga…
Te quitas con desgano los zapatos
con la punta del uno al otro
los abandonas a mitad de camino
—quedan solitarios como vos—
Te desabotonas la camisa
y en su trayecto sucede el desgano.
Recuerdas una canción de Silvio
y en vez de cantarla lo aprendes a ultrajar.
—Es todo tan grave—
Te enteras de que es de madrugada
nadie preguntó si estás bien o peor aún,
sí asististe a la última fiesta o si tienes alcohol gel
para disfrazar la salubridad impuesta de los medios.
Te sientas
doblas los pies con fineza de bar y es la casa,
que administra la desesperanza.
Todo
aprende a morir.
Recuerdas con quien pudiste ser en compañía
y de quien ya no está
no sabes si agradecer o padecer esa desgracia.
Vuelves a ver al lado y están las llaves gastadas de abrir el cerrojo
casi siempre a la misma hora de tiempo y de abismos.
Revisas las sillas y guardan el silencio de los que se fueron.
Tan intactas como sí se hubieran hecho
para recordar y no para recibir.
La televisión está apagada
sin recordar cuándo fue la última vez que calentó su bobina.
Parece que todo ha sido abandonado ya.
Entre un reclamo y la resignación
piensas un tuit que decides dejarlo para luego.
Ya no lo valoras igual después.
Te sirves un vaso de agua
que olvidas tomar hasta llegar a la cama
piensas en tu haraganería,
pero sabes que es tu tristeza la que te hace quedarte inmóvil
—no te puedes mentir—.
Comprendes
la ironía de no tener a quien preguntarle nada.
Ni cómo estuvo el clima
ni cómo llegará a estar mañana
ni si anunciarán un nuevo dato en la pandemia.
Reúnes las respuestas
las dejas reposar
vuelves a sincerarte otra vez
con la luz azul del móvil.
Decides
dejarte llevar
por el insomnio delator de la frontera de los cuarenta.
En una década te arruinas la vida o la pueblas de olvidos.
—o las dos juntas—,
siendo uno un espectador del desastre.
Es así,
fijas la alarma,
vuelve a tratar de aceptar lo ocurrido,
giras la almohada
helas el pasado
te tiras el pelo hacia atrás
y por un momento no sabes qué fecha le sigue a este día.
Y está bien no saberlo.
Es todo tan claro
tan difuso
y sobre todo revelador.
Quitas tu fecha de cumpleaños de Facebook
y te inventas una nueva excusa con tu doctor.
Recuerdas que no será posible
no sabes cuándo cambiará esa verdad.
El rumbo perdido hecho rutina.
Te sabes incierto
acomodas tu bolso,
terminas respondiendo:
«Todo bien»
a la pregunta de todos
pero con la respuesta que sólo te importa a ti.
Lo sabes
—no te puedes mentir—
Ya no importa saber mentir.
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