Casa
en la playa
Esa
luz emerge desde el fondo de los ojos;
no
por el sentimiento,
es la
pureza,
el
aire y, más allá, la liturgia del océano.
Escucha
la distancia: somos voces,
su
Babel se aproxima,
toma
forma,
llega
a la habitación para callarse.
El
sudor quiebra una imagen,
la
irisación deja el instante y se convierte en grito,
tiembla
sobre la piel del agua: nuestra piel.
El
maderamen cruje con el peso del miedo.
(El
lugar es el núcleo de la arena –desierto–,
el
mar…) Esa luz.
Las
sombras me prolongan.
Ya no
es la misma playa.
Su
invierno era propicio. Los paseos
derretían
el aire entre las manos
—el
firmamento entonces fue la tarde.
El
recinto
no
divide su horario en refugio y audacia,
sólo
un rastro furtivo en la terraza, el cuarto…
La
piel retiene y envejece: recordamos.
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