viernes, 4 de marzo de 2016

ARMANDO ROMERO




Un dios que vaga



Hay una ligera mitad de mundo cortada en rebanadas para la salsa de un nuevo dios que vaga. Es la inso­lencia de un dedo clavado en una fruta la que anima sus pasos. Pero él no piensa, él siente. Es un trueno que rueda por los barrancos sacándole alaridos a las ovejas, inyectándole fuego a las uñas de las fieras. Habita un reino de piedras preciosas con las que juguetea, comunica y destruye. Realiza el monumento de construcción a la existencia. Es eso que es, y le importa poco.

Nadie le presta la más mínima atención a este dios que un día descubrí en lo alto de las montañas que rodean una fría ciudad de Los Andes. No es el dios-topo, ni el dios‑hormiga, tal vez el dios‑cóndor, o el dios‑elefante. No se lo ve, no se lo piensa. No es ninguna de estas cosas. Infinito como una piedra está allí desde siempre.

Se reserva la última noticia de los teletipos para anun­ciar su aparición, pero es probable que se extinga una noche de frío para reaparecer en un desierto con los pies humeantes. Allí también lo encontraré. Será cerca de una ciudad en ruinas y una mujer con ojos de garrote le besará el cuello hasta adormecerlo.

Oh dios que has sudado y trabajado esta aparición, ¿por qué dejas que el ocio y la belleza te la impidan ahora que es tiempo oportuno y que los astros se alinean con precisión?


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