Un
dios que vaga
Hay
una ligera mitad de mundo cortada en rebanadas para la salsa de un nuevo dios
que vaga. Es la insolencia de un dedo clavado en una fruta la que anima sus
pasos. Pero él no piensa, él siente. Es un trueno que rueda por los barrancos
sacándole alaridos a las ovejas, inyectándole fuego a las uñas de las fieras.
Habita un reino de piedras preciosas con las que juguetea, comunica y destruye.
Realiza el monumento de construcción a la existencia. Es eso que es, y le
importa poco.
Nadie
le presta la más mínima atención a este dios que un día descubrí en lo alto de
las montañas que rodean una fría ciudad de Los Andes. No es el dios-topo, ni el
dios‑hormiga, tal vez el dios‑cóndor, o el dios‑elefante. No se lo ve, no se lo
piensa. No es ninguna de estas cosas. Infinito como una piedra está allí desde
siempre.
Se
reserva la última noticia de los teletipos para anunciar su aparición, pero es
probable que se extinga una noche de frío para reaparecer en un desierto con
los pies humeantes. Allí también lo encontraré. Será cerca de una ciudad en
ruinas y una mujer con ojos de garrote le besará el cuello hasta adormecerlo.
Oh
dios que has sudado y trabajado esta aparición, ¿por qué dejas que el ocio y la
belleza te la impidan ahora que es tiempo oportuno y que los astros se alinean
con precisión?
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