XI
( la sandía )
Yo
buscaba sin saber bien
qué
era repartir aquella extensa fruta.
Repartir la sandía – me dije –
y
sacrificamos en tajadas
su fresca encarnadura.
Quedó
abierta sobre la mesa mostrando el corazón.
¿De
la tarde? ¿De la casa? ¿Del silencio?
Repartir
la sandía – me dije-
es
repartir una siesta de verano
una estación con
vidrieras rojas
y desierta
una cueva verde
habitada por la sed.
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