A la
velocidad del sonido
para
Juana de Ibarborou
Hacia
el rubor de rumbos anudados,
hacia
su choque en un beso que encalla,
devolviendo
minerales a las rocas
que
mi río cuesta abajo arañara,
voy
hacia antes, voy agua arriba
a
verme verla
de
pie en su pupila—
Pero
clavo ni martillo ese día.
En la
turba que dos bocas adiamantan
zumban
moscos recados para el ámbar.
Pecas
del granito, veo copos, y nadar
hojuelas
de hierro a magnetita
por
estratos del barniz de su mejilla—
Nunca,
no, masca mi alicate
el
alambre que su pestaña cosía.
Giro
su primer molino de lenguas:
sin
idioma, nos salpica el aspa.
Crujen
al pálpito vagones
de
ramos agonizantes en celofán y,
al
son de un pétalo rajado,
una
rama de coral derrocharía
cintas rojas por piernas o peldaños—
cintas rojas por piernas o peldaños—
No,
ni desborda su párpado
contra
los barrancos que escalo
y
muerdo y cargo.
La
paz del vergel vicia la cerca,
mis
latidos tiran piedras a sus lagos
y me
veo verla,
de
pie en su pupila,
bajo
el techo alocado del gran árbol
que
una sola semilla lenta explota.
Minutos,
¡más!, hondura del abrazo
con
temblores de una flaca escalera de caracol.
Aún,
sí, ojalamos
hebras
mirada adentro—
Pero
engancha el río, cuesta abajo,
mi
carne de ropa, mi rostro de máscara
y mi
pupila, sola, atrasada, trota, atrasada
con
el trueno del relámpago en las manos.
De “Redoble del ronroneo”
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