Arcano
II
La
Papisa sedente en el recinto del templo
Si
consideras aún la virtud mágica del nombre,
y el
poder de la palabra que yace hastiado
en el
mundo de los dioses.
Te
ruego ¡Oh Isis! me arrebates
aquí
mismo el nombre y los sentidos.
Arroja
del regazo el libro del Arcano,
y con
tus manos ya libres sujétame el cabello,
hasta
tres veces sumérgeme en el grano,
húndeme
el cuerpo hasta el fondo
en la
fertilidad fluente de los silos.
Tú
que les mostraste el secreto del trigo
condúceme
hasta tu otro yo
hasta
esa parte siniestra y misteriosa
que
ocultas tras tu velo.
Desgarra
entre los pliegues tu hierática mirada
para
que sea posible la osadía
que
yace entre mis brazos.
¡Oh
Isis! Hechicera del templo y de las mieses
ayúdame
a hollarte con espada de plata.
Yo te
prometo la primera gavilla
aquella
que se corta con la mano
todavía
temblorosa.
Te
prometo la guedeja de pelo
que
me cubre la nuca.
Pero
¡Oh Isis! no me abandones en las rocas
donde
el sonido del viento es tan sólo un gemido.
II
De
cómo inlunada vago hasta el recinto del templo
Hermética
cual fatum
el
agua de las charcas refleja como el cuarzo.
Los
perros de la noche aúllan tras las tapias.
La
luna zorra astuta me tiende encrucijadas,
me
liba con sus rayos recodos del sendero.
A lo
lejos ruinas de las torres corroen mis entrañas.
El
ansia, Isis, se oculta en cañas del camino,
en
cavernas de mi cuerpo desiertas
de
tus miembros.
Quizás
tras tus ruinas ya se abran las rosas
y la
lúrida luna se escorie en las murallas.
III
Donde
Isis me enseña la medida del trance
Anoche
me visito la Diosa Negra
y os
juro que no la esperaba.
Sus
cabellos erizaron los míos por un momento.
Sentí
de pronto el temible placer de la lujuria.
Su
mutación fue lenta
el
ébano de sus brazos me aproximó
lentamente
hacia sus labios
y el
calor de sus labios me acercó
voluptuosamente
hacia sus pechos
la
turgencia de sus pechos me arrebató
fieramente
hacia sus ingles
y el
ardor telúrico de sus ingles me llevó
lentamente
hasta los tejos.
Fue
entonces cuando me hallé perdida en el abismo.
La
Diosa Negra me provocó de nuevo
aún
después de la agonía,
gemía
con aullidos de loba solitaria
buscando
la Osa Mayor entre mis dientes.
Movía
la lengua sobre el lodo
palpando
en la tierra indicios de retorno
porque
ella quería tan sólo
que
yo conociera el arrebato.
IV
Donde
Isis regresa al recinto del templo
Yace
ya mi cabeza entre sus muslos
y su
mano yerta reposa entre las rocas.
Abismo,
no
hay abismo posible tras su manto
Isis
me descubrió la medida del trance
el
movimiento exacto que lleva el cuerpo a la catársis.
Me
enseño la modulación única del aullido
que
quiebra
la
disposición especial
de
las cuerdas vocales para el canto.
Hastiada
de cabellos,
Isis
me trenzó cual vilorta de avena
y el
limo de su voz rodeó mi cintura.
Isis
me esperó hasta el día siguiente
en el
umbral del templo
me
calzó tiernamente las sandalias
Y
ocultó mi rostro tras su velo
para
que en la visión del valle
no me
asaltara la nostalgia.
Ahora
Isis es tan sólo el arcano segundo
la
papisa sedente
en el
recinto del templo.
Del libro "La medida del trance"
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