domingo, 30 de marzo de 2014

LUZ MARÍA JIMÉNEZ FARO

 
 
Querida Olga: Tu Voz…
Ódiame por piedad, yo te lo pido,
ódiame sin medida ni clemencia.
Odio quiero yo mejor que indiferencia,
porque solamente se odia lo querido.
 
Querida Olga: tu voz como una algaida contaminaba nuestros corazones y tu boca nos invitaba al odio. Desconocíamos esa feroz pasión multiplicada en víboras porque era nuestro tiempo un sistema solar para la vida. Palabra por palabra sobre la piel caía como un sudario en llamas todo el odio. Todo el odio que puede acumular aquel que ha sucumbido al amor y al filo de su sueño se derrumba todo un volcán de sangre. Pero tu voz seguía como un diluvio ebrio golpeando los tapiales de nuestra adolescencia… aunque no comprendíamos.
Después… odiar. Saber odiar ha sido tan simple y tan normal como vivir, pues ya la vida como una vieja puta nos enseñó a beber en los cálices negros el zumo genital de los chacales. Mas como tú avisabas había algo peor: la indiferencia. Ella es copa de escarcha que la sangre agria y gota a gota va quemando el alma. Y borra la ternura y a la comprensión levanta oscuros muros y a la esperanza con obstinadas sombras amuralla. Anega la inocencia de cenagosas aguas, constriñe la alegría entre escombros de pena. Y no hay cielo ni infierno, sólo cirios que alumbran los despojos de los siete pecados capitales.



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