Día 7
Estoy
de nuevo en la Piscina del Oeste
y pienso en todas las ofertas de trabajo y en los besos que no nos damos.
Nos dimos algunos.
Eran
secretos,
eso pensaba.
Pensaba
que los besos nuestros eran secretos porque nadie más podía hacerlos,
y ahora veo en el hueco entre la puerta acristalada y el reloj parado besos
parecidos,
besos de un chico blanco y una chica no blanca.
Decir
blanco es correcto, creo.
Me pregunto si mi hijo —él mismo dice que no es blanco—,
podría llamarlo de otro modo.
Regreso a los besos.
Hoy han colocado altavoces gigantes y un hombre baila entre ellos.
Mi hijo, que no es blanco, lo mira.
Mi hijo, que dice que no es blanco, me dice que no tenga miedo de los hombres
no blancos
jugando a un no parchís en los soportales.
Mi hijo ve que lloro porque he descubierto que los besos no eran secretos,
todos saben hacerlo,
Él no.
Mi hijo no blanco no sabe hacerlo, es todavía un niño. Su amiga le previno.
No soy de esas.
No voy al cine contigo.
Él no lo entendía.
No sabía de los besos y las salas oscuras.
Quería simplemente ir al cine,
como viene a esta piscina,
Piscina del Oeste,
con música de los 90,
besos no secretos,
chicos no blancos.
Y creo,
creo,
que aún te amo.
De: “Piscina del oeste”.
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