… y sea la llegada de
un poema
el hecho que nos salve
de la inacción,
del envilecimiento.
Francisco Caro
Hasta
ayer todo era un mundo
tras los párpados.
Saliva de las horas
que enfilaban un aire sin frutos conocidos.
Las palabras soportaban el precio de los días,
de la espera incapaz y fatigada
y de regreso a un arcoíris tapiado de silencios.
Hasta
ayer tan solo,
hasta hace apenas un cangilón de olvidos
miraba a la tristeza como a un ahorcado,
volviendo impreciso el corazón y la memoria
como si maquillando el asco
silenciara el reposo maloliente.
De
pronto, como un gigante oculto,
inscribió su nombre el dolor en el espejo.
Los ojos ebrios del dolor sin los ruidos,
sin la cáscara febril y ensangrentados,
ceñidos de los surcos más indignos
de los que dispone la osadía de un hombre.
Desde
ayer, la multitud acecha tras las cercas.
Extiende sus manos laceradas de miseria
y del hambre de los hijos.
Mira a los ojos como al pan de los altares,
como a la sangre mira de un dios repatriado.
Y es
como ayer que, regresando, muestra
el labio perfecto de la muerte, de la herida
y de la voz de las arengas. El lenguaje muestra
de un horror sin diccionario:
Que
no se oiga el llanto.
Que tan solo el estallido de misiles
sustenten las bocas restañadas;
que vuelvan sus nucas los sumisos al estrépito;
que la casa sea el sepulcro,
que las llamas purguen las escuelas,
que rueden las placentas por el cieno
y la furia germine en las iglesias
Que en los hospitales acechen los presbíteros
con el sacramento de la sangre entre los muslos;
que solo permanezca en pie
el secreto de los úteros sin dueño.
Que engañar no devengue plusvalías
y apiadarse sea una afrenta.
Que los cuerpos de los niños, que las risas,
el aire que incansable les ciñera,
se procesen en las plantas de residuos,
y se abonen después con su extravío
los eriales de cobre y exterminio.
Dormimos.
Después del vino y de la carne
satisfechos de arrogancia,
dormitamos de indiferencia coral,
de desinterés innumerable.
Dormimos;
amamantados, occidentales, comulgados.
Yacemos sobre un lecho liberal,
socialdemócrata y cristiano.
Bebimos
el narcótico
del mismo dios comunista y dominado.
Dormimos,
codiciosos, bronceados,
dormimos
con los pies y el pan sobre la mesa,
con la idiotez omnipresente,
con el horror amodorrado por satélite.
De: “Los motivos del ventrílocuo”
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