viernes, 30 de junio de 2017

ALFREDO GANGOTENA




Nocturno

a André Gaillard



¡Crueldad, crueldad sin nombre, crueldad de mi pasión!
¡Y el elíxir de las llamas que se derrama en el seno de mi
inquina!
El huracán de todas las lágrimas puede abatirse en mi
desolación.
El rumor del embrujo, el aliento y la cadencia dulce de las
octavas,
Me vienen puros como brisas contra todo infierno de
condenación.
Las flores de bruma despliegan sus alas y perfuman sus
sueños en mi noche.
Como dos extrañas umbelas de venas, hacia ellas torno mis
ojos huraños.
Espíritu torrencial que se nutre en las orales fibras de la
lluvia.
Un ángel de amor fulgirá en la amorosa ruta de mis miradas.
Resuena, resuena con estridencia, huracán de las mareas.
El húmedo zumbido de los palmares, como una aurora
boreal,
Me otea detrás de las arenas del sueño.
Recordadme, sabias criaturas que perduráis en vuestros
arrebatos.
Dominadora naturaleza, yo acudo y me rindo a tus
instancias.
Que yo sea digno entre las flores, que yo sea limpiamente
digno de los ornamentos de la pradera.
Dejad libre por lo menos a mi soplo.
No me torturéis así, oh sílabas de mi lenguaje.
Para colmo de ignominia, de aquí los hombres que se
corrompen al son de sus palabras, y que me constriñen a
alimentarme del viento fétido de sus discursos.
Labios míos de un día, proferid el insulto que me aniquile.
¡Venas, ensordeced!
Si aquello no fuera sino un sueño a través del trágico
silencio de mi cuerpo.
El cielo sonoro vela sobre nosotros como una llama
vaporosa.
Escurrimiento, escurrimiento de la tarde sobre mi sombra y
mi lentitud.
Borda, amigo de la floresta, visitante de las lámparas, este
encaje en torno de mí, como un dulce párpado.
Tengo la inocencia de la arrobada azucena entre las aguas
movedizas de la noche.
Oh fiesta de mis brazos en un recinto de seda.
Que el agua de la gracia os visite, oh mis párpados, en
vuestro celo de blancura.
Como el impelido pájaro que desgarra el firmamento del
vuelo,
Rompiendo esta roca de lágrimas,
Levantaos osados y finos, oh mis párpados, en el árido
espacio del durmiente.
Un movimiento de alas se insinúa entre las nieves y entre
las flores.
Sé paciente y sueña,
Oh mi alma, cerca del mundo, en la aterciopelada tumba de
mi pupila.
Al unísono de los vientos late mi corazón en el furor de las
lluvias.
¡Pero que venga el paisaje nacido de las aguas lejanas de '
un murmullo!
¡Que venga al fin este hermano mayor de mi pupila a abrirse
como un canto de luz entre las hojas!
Soledad de los astros, soledad de la sangre.
Sonrío al otro lado de los montes a semejanza de las
grandes fieras.
Decidme, oh flores, ¿cuándo los vientos y las brisas
atribuladas suspiran en el agua nocturna de vuestras
corolas?
Los aires me embalsaman y mecen silenciosamente, como
un sueño bajo la luna; silenciosamente, los encajes
esplenderán en la memoria de los pájaros.
¡Zócalo de la morada! como las nieves sobre las augustas
cimas de otrora,
Rubios encajes que se deshilan en la cabellera de los
torrentes.
Eco familiar que me rindes en un rumor los aromas de la
anémona,
Imperceptible eco: tus cuitas y tus sollozos van a perderse
tal el oro de las arenas, bajo la verde sombra de las lianas
que velan sobre la ventana.
La luna de improviso, nueva en el mundo, me ilumina como
un ingente grito.
La salvación está en la espera vigorosa, en esta voz
vehemente donde el alma, tal una ala de luz, vuela
delante de la visión.
El azúcar ardiente de las flores os aclara con sus destellos de
vida.
Recuerdo,
¡Ah, sí recuerdo el cuerpo jadeante y húmedo de una mujer
entre mis brazos.
Se juntan entonces los hálitos y las sombras que me exilan
del cielo de mi razón!
Tú soplas, noche, como una boca de espanto en mis ojos.
Vientos rompientes de las arenas del desierto.
Vientos de terror que despejáis la ruta de los desastres a
través de mis lágrimas,
¡Marchad, oh vientos,
Que bajo el cordial abrigo de las plantas mi frente se ríe de
vuestros rigores!
El equinoccio abre grandes las tumbas.
Oh mujeres añoradas, el alcohol canta vuestros senos de
flor,
Y entre las arenas y las florestas, su nupcial lecho de
condenación.
Pero la más dulce habita mi alma como una semilla en los
vientos.
El huracán erguido en mis lágrimas puede abatirse sobre mi
desolación.


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