San
Miguel de Piura
Encendí
el corazón sobre los médanos,
en los soledosos algarrobos que continúan
la ciudad más allá de la postrera bandera blanca,
bordeando el camino de Los Ejidos, regado
por las cagarrutas de las cabras. El cielo era azul
con sus nubes pintadas y había un viejo caballo
y un burro blanco entre los grises.
He olvidado a qué íbamos a Los Ejidos
pero puedo adivinarlo mientras aspiro todavía
el aire luminoso de la infancia.
Los Ejidos: el olor de las cabras, la leche
de cabra, el queso de cabra que jamás
he encontrado después en la tierra.
A la hora del regreso el sol reverberaba
sobre los médanos y en llegando al recodo
del camino que divisa a la cruz del Norte,
bajo la sombra benéfica de los sauces,
los pequeños pudimos sumergirnos
en el río suavísimo y verdoso.
¡Han pasado años de años!, ¡me he mezclado
en tantas cosas!, y ahora que el sol
reverbera sobre el asfalto, no extraño
a esa patria, distante y diminuta.
O tal vez la extraño y por eso escribo.
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