domingo, 6 de febrero de 2022

NATALIE DIAZ

 

 

Poema de amor poscolonial

 

 

Me enseñaron que las sanguinarias pueden curar la mordedura

[de serpiente,

pueden detener el sangrado —casi todos olvidaron esto

cuando acabó la guerra. La guerra acabó,

dependiendo de a cuál guerra te refieras: aquellas que empezamos,

las anteriores, hace milenios y más,

aquellas que me empezaron a mí, que yo perdí y gané

—aquellas heridas que florecen sin pausa.

Un salario me dio forma, libra a libra. Y yo libro el amor y cosas

[peores:

siempre hay otra campaña que atravesar marchando,

una noche en el desierto para el relámpago de cañón de tu pálida

piel apaciguada en tu pecho, laguna de plata y humo.

Desmonto mi caballo oscuro, me inclino ante ti, te entrego

el tirón fuerte de mi sed, de todas.

Aprendí Bebe en un país de sequía.

El dolor nos place, dejamos marcas

del tamaño de piedras  —cada cabojón pulido

por nuestras bocas. Yo, tu lapidaria, tu rueda lapidaria,

giro —verde moteado rojo—

el jaspe de nuestro deseo.

En mi desierto hay flores salvajes

que tardan hasta veinte años en abrirse.

Las semillas duermen como geodas bajo la arena caliente del

[feldespato

hasta que un destello de inundación estremece el arroyo,

[levantándolas

en su flujo de cobre, las abre de memoria

—recuerdan lo que su dios les murmuró

en las costillas: Despierta y duélete por tu vida.

Donde estuvieron tus manos hay diamantes

en mis hombros, deslizándose por mi espalda, muslos

—soy tu culebra.

Estoy en el polvo por ti.

Tus caderas son luz de cuarzo y peligro,

dos carneros de cuernos rosados que trepan una estela suave

[de desierto

antes de que el cielo de noviembre desate un diluvio de cien años

—el desierto devuelto de pronto a su mar antiguo.

Levántate, heliotropo silvestre, hierba del escorpión,

facelia azul que sostiene el morado como un cuello puede

[sostener

la forma de cualquier gran mano.

Manos grandes, así llamaba ella a las mías.

La lluvia vendrá en algún momento, o no. e

Hasta entonces, tocamos nuestros cuerpos como heridas—

la guerra no terminó nunca y de algún modo comienza de nuevo.

 

 

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