martes, 24 de marzo de 2020

GIACOMO LEOPARDI





Canto XXVIII. Aspasia



Torna a mi pensamiento algunas veces
tu semblante, ¡oh Aspasia! O fugitivo
por habitados sitios a mí esplende
en otros rostros; o en desiertos campos,
al día sereno, a las estrellas tácitas,
por tan suave armonía suscitada,
en el alma a turbarse aún proclive
esa soberbia visión resurge.
¡Cuán adorada, oh númenes, y un día
cuál mi delicia y Furias! Jamás siento
mover perfume de florida playa,
ni flores impregnar vías citadinas,
sin que a mirarte vuelva cual el día
que en tu adornada alcoba recogida,
toda aromada por recientes flores
de primavera, del color vestida
de la bruna viola, a mi ofrecióse
tu forma angelical, tendido el flanco
sobre nítidas pieles, y en un halo
de placeres arcanos; cuando, docta
en seducir, férvidos y sonoros
besos sonabas en los curvos labios
de tus niños, el níveo cuello en tanto
brindando, e, ignaros de tus causas,
tu hermosísima mano los ceñía
al seno oculto y deseado. Nuevo
cielo, y tierra, surgió, y casi un rayo
en mi mente divino. Así en mi pecho
nunca inerme imprimió a viva fuerza
tu brazo el dardo, que después clavado
llevé aullando hasta que al mismo día
volvió dos veces en su giro el sol.

Rayo divino fue para mi mente
dueña mía, tu beldad. Igual efecto
dan belleza y acordes musicales,
que alto misterio de ignorado Elísio
parecen siempre revelar. Contempla
el llagado mortal luego la hija
de su mente, la amorosa idea,
que gran parte de Olimpo en sí comprende,
toda en rostro, en costumbres, en el habla,
igual a la mujer que el ebrio amante
contemplar y amar confuso estima.
A ésta él no ya, más bien a aquélla,
también en los amplexos honra y ama.
Al fin su yerro y los trocados seres
conociendo, se aíra; y siempre inculpa
a la mujer en vano. Tan excelsa
imagen rara veces el femíneo
ingenio toca; y lo que inspira en nobles
amantes su beldad, mujer no advierte,
ni comprender podría. No cabe en esas
angostas frentes tal concepto. Y mal,
por el vivo fulgor de esas miradas,
el hombre espera, y engañado pide
profundos sentimientos, no sabidos,
más que viriles, a alguien que es menor
que el hombre por natura. Si más blandos
ella y más tenues miembros, menos fuerte
también la mente y menos vasta tiene.

Ni tú jamás aquello que tú misma
un día inspiraste a mi pensamiento,
pudiste, Aspasia, imaginar. No sabes
qué amor desmesurado, qué tormentos,
qué indecibles delirios y emociones
moviste en mí; ni vendrá tiempo alguno
en que lo entiendas. De tal guisa ignora
ejecutor de músicos concentos,
lo que con mano o con la voz opera
en quien lo escucha. Aquella Aspasia ha muerto
que tanto amé. Yace por siempre, objeto
un día de mi vida: si no en cuanto,
como larva querida, de hora en hora
suele tornar y disolverse. Vives,
bella no sólo, sino bella tanto,
a mis ojos, que a las demás superas.
La llama que de ti nació extinguióse:
pues a ti yo no amé, sino a la Diva
que ya vida, hoy sepulcro, halla en mi pecho.
Mucho a aquélla adoré; y tal gustóme
su celeste beldad, que yo, ya desde
cuando empezó el entendimiento claro
de tu ser, de tus artes y tus fraudes,
contemplando sus ojos en los tuyos,
deseoso te seguí mientras vivía,
engañado no ya, mas, por el gozo
de aquel tan dulce símil, convencido
de tolerar áspera y luenga cárcel.

Ya ufánate, bien puedes. Narra cómo
de tu sexo la única eres ante
la cual plegué la frente altiva, y a quien
brindé espontáneo el corazón indómito.
Cómo primera y última, miraste
mi suplicante llanto, y me viste
tímido y tembloroso (ardo al decirlo
de rubor y desdén), fuera de mí,
cualquier deseo, cualquier palabra tuya
o acto espiar sumiso, a tu superbo
desdén palidecer, brillar mi rostro
a algún signo cortés, a una mirada
mudar forma y color. Cayó el encanto
y en pedazos con él, regado en tierra
el yugo: así me alegro. Y si bien llenas
de tedio, al fin después de servidumbre
y tan luengo soñar, contento abrazo
cordura y libertad. Que si de afectos
ciega la vida, y de gentiles yerros,
sin estrellas es noche a medio invierno
ya del hado mortal a mí bastante
consuelo y venganza es que, en la yerba,
inmóvil, descuidado aquí yaciendo,
la tierra el cielo el mar miro, y sonrío.


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