lunes, 26 de octubre de 2020

WILLIAM BLAKE


 

 


La noche

 



Desciende el sol por el oeste,

brilla el lucero vespertino;

los pájaros están callados en sus nidos,

y yo debo buscar el mío.

La luna, como una flor

en el alto arco del cielo,

con deleite silencioso,

se instala y sonríe en la noche.

Adiós, campos verdes y arboledas dichosas

donde los rebaños hallaron su deleite.

Donde los corderos pastaron, andan en silencio

los pies de los ángeles luminosos;

sin ser vistos vierten bendiciones

y júbilos incesantes,

sobre cada pimpollo y cada capullo,

y sobre cada corazón dormido.

Miran hasta en nidos impensados

donde las aves se abrigan;

visitan las cuevas de todas las fieras,

para protegerlas de todo mal.

Si ven que alguien llora

en vez de estar durmiendo,

derraman sueño sobre su cabeza

y se sientan junto a su cama.

 

Cuando lobos y tigres aúllan por su presa,

se detienen y lloran apenados;

tratan de desviar su sed en otro sentido,

y los alejan de las ovejas.

Pero si embisten enfurecidos,

los ángeles con gran cautela

amparan a cada espíritu manso

para que hereden mundos nuevos.

Y allí, el león de ojos enrojecidos

vertirá lágrimas doradas,

y compadecido por los tiernos llantos,

andará en torno de la manada,

y dirá: "La ira, por su mansedumbre,

y la enfermedad, por su salud,

es expulsada

de nuestro día inmortal.

Y ahora junto a ti, cordero que balas,

puedo recostarme y dormir;

o pensar en quien llevaba tu nombre,

pastar después de ti y llorar.

Pues lavada en el río de la vida

mi reluciente melena

brillará para siempre como el oro,

mientras yo vigilo el redil.

 

 

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