2. El baile infinito de Rasputín
Aún se
desliza la sangre de Rasputín, aquel monje
más
cuerdo y más loco, sobre la nieve de Rusia,
esa
nieve que levanta el vuelo, sólo el vuelo sexual y místico
de
aquellos locos sagrados en la antigua Rusia, la sangre
azul,
de color ámbar, la sangre azul y blanca de todas
las Rusias, más allá del relámpago,
en esta
geografía de nieves eternas donde aparece
y
desaparece la orgía casi perpetua de Novykh, Grigori Iefimovich,
el
monje Novykh de los ojos encendidos como una novia
más
piadosa y brutal que virgen, ya nadie es virgen en los baños públicos
donde
las putas abrazan a Rasputín y lo besan
como si
fuese el Ángel de la Guarda de los desamparados
más
jóvenes y más viejos en lo más profundo de la nieve.
Ahora
Rasputín se emborracha, demiurgo y taumaturgo, canta
como si
lo hubiera perdido todo en la fiesta
de la
piedad y del milagro, todo
es milagro, y al fin baila
y baila
de modo caballuno, es la yegua más loca
muriendo
y resucitando entre las patas de su propio caballo,
casi
todo es locura y misericordia
en el
caballo, qué místico y sin freno, sí, cuánta locura
en la
silla de montar y desmontar, toda la euforia del mundo
en la
silla del caballo de sí mismo, todo
es milagro, espesura y desesperación, caridad y tinieblas
en la
orgía del caballo que nunca deja de bailar sobre la pista
del
desenfreno bajo las luces de color ámbar,
aquella
pista del Hotel Astoria, en San Petersburgo.
Nací
del soplo del Espíritu Santo
que
está muy feliz y aún gime en el vientre de mi madre
cuya
virginidad es eterna como el vuelo de las nieves
desde
el vientre infinito de la Santa Rusia,
yo me emborracho, yo bailo
y canto
en la borrachera de todas las Rusias de este mundo
y del
otro mundo, cantan y respiran
y
bailan por mí las nieves de la agonía y del arrepentimiento,
yo pecador, yo niño
extraviado
en el vientre aún virgen de la enigmática zarina,
somos
el soplo, Rasputín mío, Grigori Iefimovich, somos el soplo
de la
zarina en tu espíritu, Rasputín de todas las Rusias,
y en el
fondo aquel temblor indomable del viento
en la llama de la enigmática zarina,
vientre
por vientre, sí, respiración y soplo
en el
corazón de la zarina
que me
pide todo sin pedirme nada, que sólo llora
sin llorar nunca, yo canto
y bailo
en el vientre de la Santa Rusia
con
todas sus lámparas encendidas bajo las nubes
que van
y vienen desde lo más profundo del Santo Infierno,
venid a
mí, túnel y vientre, zarina de Nicolás II,
zarina loca en los túneles
de
Moscú y de San Petersburgo, llueve
sobre
el túnel del Espíritu Santo
en las
aguas del río Moscova, llueve y llueve a lo lejos,
desde
lejos, muy lejos, llueve desde el otro mundo
sobre
el soplo y la trinidad en llamas del Espíritu Santo,
qué
afeminado el príncipe Yussupov
que una vez más me visita
para
dispararme tres tiros, la Santísima Trinidad
en
aquellos tiros a la altura de mi corazón,
la
trinidad en llamas desde aquel sótano
donde
el alcohol aún palpita en el fondo de la bilis
y
tiemblan las uvas endemoniadas como una novia sin destino.
Mi
cuerpo al fin se desploma sobre las nieves eternas
de la
Santa Rusia, Yussupov sigue disparando
más
allá de 1916 con su cara de virgen,
virginidad
y locura en la zarina que se estremece
y vuela sobre las aguas
del río
Moscova, toda la sangre,
toda la
leche y la sangre del mundo
en las
profundidades del río Moscova
con sus
aguas que de pronto levantan el vuelo
y desaparecen entre las nubes
del
color de la zarina de Nicolás II, zarina loca,
las
nubes del principio y del fin del mundo,
aquellas
aguas del río Moscova entre las nubes
donde yo bailo
y
canto, borracho, yo canto y bailo, borracho,
nunca
dejaré de bailar en aquella pista de San Petersburgo
desde
donde la nieve ensangrentada
se extiende sobre el mundo
como un
manto de luz infinita e ingobernable.
De: “Visiones de la antigua Rusia”
No hay comentarios:
Publicar un comentario