Un mal túmulo
Diez
palabras caen
caen
sigilosas.
En una
fracción el gallo cantará,
en dos
oraciones, yo clamo mi deseo de infante:
ahogar
en un patio salado las higueras de la casa,
oler
las llagas mal zurcidas;
debí
amarrarlas (mecate que arde con las manos)
No
sabemos de dónde viene,
quién
limpia las llagas que brotaron de la nada.
En un
centeno: hombre viejo sin país para morar.
Nací
enfermo,
nací
siendo un perro en la acera sulfura.
Déjame
alabar lo nauseabundo
hazlo
tú mismo, si quieres;
dime
qué has perdido
¿un
anillo de ámbar?
¿el
coloso?
Lo más
obvio en ti es carne
de
morada hambrienta.
Lo más
obvio en ti somos nosotros,
desgastados
por este mundo desecho
brindando
por la casa sin retorno,
por los
decoros que no poseemos.
Si los
cielos pidieran una herejía, se las daríamos.
Si la
hierba pidiera flama, fuego, se lo daríamos.
Pero no
quiero sofocarte,
no bajo
un agujero de diatribas
no bajo
mis manos quemadas.
Cuéntame,
en lugar, los pecados de herencia:
una
gota fría de desidia
para
hombres que deciden no morar.
Cuéntame
las ofensas de la cara mal usada
de
quien pide un sermón
sin
pronunciar amen al morir.
La cara
sucia,
tierra
entre los ojos
es una
mal túmulo;
entre
colmenas de hierro,
déjame
darte mi vida a cambio.
Es la
carne de un pagano fiel,
Un
gentil desvencijado.
Déjame
contarte mi sacramento
uno
nunca arreglado,
enterrado
bajo los establos;
un
ornamento de mi propia banalidad.
Afila
lo que tengas,
sólo
entonces seré la necia sepultura a tus ojos
llévame
al inferno
déjame
ser esa crónica oración,
ese
malestar del subsuelo.
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