martes, 12 de diciembre de 2017

MORIANA DELGADO




Un mal túmulo



Diez palabras caen
caen sigilosas.
En una fracción el gallo cantará,
en dos oraciones, yo clamo mi deseo de infante:
ahogar en un patio salado las higueras de la casa,
oler las llagas mal zurcidas;
debí amarrarlas (mecate que arde con las manos)
No sabemos de dónde viene,
quién limpia las llagas que brotaron de la nada.
En un centeno: hombre viejo sin país para morar.

Nací enfermo,
nací siendo un perro en la acera sulfura.
Déjame alabar lo nauseabundo
hazlo tú mismo, si quieres;
dime qué has perdido
¿un anillo de ámbar?
¿el coloso?
Lo más obvio en ti es carne
de morada hambrienta.
Lo más obvio en ti somos nosotros,
desgastados por este mundo desecho
brindando por la casa sin retorno,
por los decoros que no poseemos.

Si los cielos pidieran una herejía, se las daríamos.
Si la hierba pidiera flama, fuego, se lo daríamos.
Pero no quiero sofocarte,
no bajo un agujero de diatribas
no bajo mis manos quemadas.
Cuéntame, en lugar, los pecados de herencia:
una gota fría de desidia
para hombres que deciden no morar.
Cuéntame las ofensas de la cara mal usada
de quien pide un sermón
sin pronunciar amen al morir.
La cara sucia,
tierra entre los ojos
es una mal túmulo;
entre colmenas de hierro,
déjame darte mi vida a cambio.
Es la carne de un pagano fiel,
Un gentil desvencijado.
Déjame contarte mi sacramento
uno nunca arreglado,
enterrado bajo los establos;
un ornamento de mi propia banalidad.
Afila lo que tengas,
sólo entonces seré la necia sepultura a tus ojos
llévame al inferno
déjame ser esa crónica oración,
ese malestar del subsuelo.



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