Alrededor de tus piernas
I
Quién
probaría que a través de mi puerta ensanchada como guante al paso del tiempo,
habitúen
los rostros que se han intentado uno después de otro,
útiles
a economizar el descubrimiento que llevan consigo;
desde
la fina memoria de los dedos,
a lo
mejor que se entra por la boca.
La
calle de mi puerta está vacía demasiado de prisa,
su
cabeza desnuda ha desollado el rostro.
Contra
el miedo es tarde asegurarse de no morir donde no hay nadie.
Existen
la certeza y esta curvada forma que te escapa,
muda
voz que hace siempre la vida.
Eso no
más y su curso de zumo por el mundo cantando a gritos,
contando
sin parar la enfermedad que sufre,
la
cambiante lividez que sabe la concavidad de su destino
y trepa
todo lo que lleva de singular tu cuello,
tu
cuello, ermitaño silencioso de oración líquida de tacto,
heredero
cómplice de sentirse de tantas partes.
Tus clavículas
profundas huellan esa cara que llevé tanto tiempo.
Todos
los rostros dejaron canelas en mis manos.
Después
todo fue acarrear el agua del deseo,
componer
la red de tu cuerpo,
ejercitarme
en tu quehacer de rigurosa expiación
y
ahondar para saber si realmente he existido
y los
notarios registran mi nacimiento,
o sólo
digo cuánto he vivido
y
cuánto he muerto
y toda
la muerte que he vivido. (Y el que puede amar no es malvado y yo te amo, me
dijiste.
Acto de
revelación parecido a tu cuerpo.)
Si todo
después de siempre bascula la vida,
cuántos
millones de bocas, góticas selvas
medularían
hasta llegar a las huestes calladas de la labranza del cuerpo.
Nada
estaba cumplido antes de que yo te dejara.
La
carne es vigía aluzada de su muerte propia,
inventa
el ansia errante, está al borde
y teja
únicamente la realidad que la devuelva.
Descansan
pues en ti estos rostros inumerables,
los
hombres y mujeres que los llevan subjuntivos.
Poco
significa saquear la vida
sin
tender el cuerpo y quedar el movimiento de ciudades,
el
espacio de las alas y yuntar los misterios aclarados
y las
graves transformaciones y poder pensar en todo esto.
Porque
el poema no es obligar invisible lo visible
sino
hincar objetos en cada esencia
y
llamar cada cara por su verdadero nombre,
aquel
que
nunca esperó tener.
La vida
misma puede claustrar los ojos al poema
II
Mi
cuerpo se ha cansado de seguirme.
Descolorido
pero dándome siempre lo que ha de ser
leí una
vez todos estos poemas fatigados de cabecear,
alguien
detrás de ellos temblaba de instante y se apretaba el cinturón,
y con
un sólo asalto resonaba su recta conciencia casi mesa servida;
(Cuando
tenía 9 años murió mi padre y Huidobro,
grillo
viejo cuya palma permanece aún abierta
y no
cesa de tener hambre,
pueblo
sombrío que campana de hermosura todos los pueblos.
y no
supieron decirme con las manos cuándo parto.)
Todo
está bien me dije, pero en la vista del ciego no hay misterio sino la realidad
agravada por los ojos no abiertos, traducción agachada, apolillada y nueva del
universo, perro labrador de crueles batallas, atenta ilustración casi mapa del
cuerpo
III
Y sentí
la sangre,
toda la
sangre como una pantera húmeda de tu espacio,
de tu
negra selva hincando sus ramas,
hundiendo
en los muslos su espesa tribu en desbandada;
único
lugar donde me pongo y me planto y digo:
que
talo con la carne extendida y con todo cuidado,
independientemente
de mi pobreza más amiga,
la
llaga que con su doblar bien a las gentes
todo lo
vio y dolió sin pensar ni querer.
(Porqué
decir el cuerpo, hay que hacerlo sentir en el poema.)
El
murciélago de tu lengua amenaza acabarse mudo
y mis
uñas convertidas en mejillas son escobas fatigadas
barriendo
el resbaladizo musgo amasado al bramido de mis dedos.
Mis
labios son yedras de sangre que mueren tu esqueleto.
Como una
fruta bestial cuelgo tu cuerpo del crimen ardoroso del que no
llega
y
finalmente queda en el camino.
El
poseerte y no poseerte por completo,
el
alarirte y no,
el
hacerte mía y si no te miro,
hace
este sacudimiento que duela como dos.
Hasta
el temblor temido relincha este casco que separa tus piernas,
nudo
vivo que descansa llevado por íntimos gestos.
Toda
una ciudad creada junta,
contraída
al endurecimiento de los vientres.
IV
Esta es
mi carne y su trato se cierra con la voz demasiado oída de mi,
astilla
las manos hirientes de mis dedos casi a fuerza,
semejante
a la cerradura que mella con sus muslos
la
entrada de su cuerpo pleno al muro,
imitando
un goce de libertad casi en sus bordes,
y
regresa la calle de los senos de yeso;
y la
culpa apegada a ojos de hembra vence la savia nutricia de mis
formas de hombre.
Hasta
sus huesos de mujer exilan al látigo de las crines del cuerpo.
V
Amanece
y tus piernas más profundas silban la mañana
y
trenzan su gran jugada entre las sábanas.
El
torreón de tus muslos se tiene en pie como por un milagro
y el
metal de mis piernas anilla el arco que lo sostiene
como
puente colgante.
Duramente
mi estancia memoria los escondrijos de la entrada de tu piel.
El
tropel anterior levanta su eternidad en vilo.
Mi
respiración está aquí: cualquiera,
y
siempre me espera tu cuerpo rotundamente humano.
Nada
tuyo me es ajeno.
Dependo
de cuanto me circundas
y
transites y no separes tu nuca de la tierra.
Presiento
tu lugar exacto en que extravianne;
el
escenario absoluto, la orilla, el vínculo, la trabazón.
Mi
cuerpo salva tu presente.
VI
Ansias
meses miro tu muslo hermano.
Enormente
canto cerca de la pendiente de tu vientre.
Tiro
contra ti y sin nada pero cerca desuno tu deseo
y lo
hago nervioso de fatigarlo entre mis puños.
Tu
deseo que dio a luz lo que sirvió para mirar bien
lo que
habrá ahora de mí
y
levantanne y rehacerte de lo que se me de
quebrando
lo que conste de mí y no pensar sino en todo esto
y no es
destrucción, porque al llegarte
doy tu
salvación por lo que podría mentir;
y tanto
como alguna vez arrebató tu primera caricia
y
silencio por haber sido así,
y causó
lo más puro que jamás asomó a mis labios.
Qué
valor es aquel cuando todo lo has cierto
porque
lo has visto tanto,
y no
sabe cuándo ni cómo invalidar mi nombre,
y se
ata a mi cuello desprendiéndome de todos y del mundo que dejas. Tal vez nací
para ser cítara del cuerpo.
VII
Bueno
es que en tu busca partiste,
y
retomaste para mí todo el asombro que cobramos juntos
y que
arrastro a mi lado vuelo al toque,
acostado
contigo todavía,
con
estas extremidades inferiores apacibles,
infames
resonancias de mi tanteo a tu virginal opacidad;
este
amoroso doblar mis soledades
hasta
esperar lo que imagine tu culpabilidad rotunda.
Es todo
en ti distinto porque en tu olor incompleto
habla
la impiadosa celda que potra tu cuerpo
y troza
sus fuelles en mis riscos.
Imágenes
piedras de tu miedo y mucho menos
y tu
camino cuerda y pan oscuro.
Ahora
se por qué son las tardes de mi vida
y las
muertes de tantos cristos en mi cuerpo,
y este
doblar,
este doblar
que agrupa el castigo que crece y combate y trabaja,
desamordazante
a tus senos de cierva concebida a saltos.
Que es
por tu cuerpo que agacha su masculina ingle el árbol contra el
fruto.
Que es
por tu cuerpo que campesina tu espalda al ahínco que esfuerza hasta el aliento.
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