Hablándole al Che
(Fragmentos)
Ha
llegado la hora de explicarte.
Me
quito esta certeza tuya con palabra a lo
futuro.
Que se abra la puerta de tu muerte un instante,
que se abran todas las puertas
y brote de sus muros quien no murió y fue
enterrado sobre sus labios.
futuro.
Que se abra la puerta de tu muerte un instante,
que se abran todas las puertas
y brote de sus muros quien no murió y fue
enterrado sobre sus labios.
(…)
Haz
muerto.
Muerto dicen los que llevan los brazos de tu
muerta alegría.
Muerto después de días de incesante caza
bien armada a tus ideas.
Muerto de tus dedos muertos.
Muerto de tus ansias.
Muerto ignorando la sombra de un dios que odia
por no confundir ser su misma medida
y arrancar en paño intento de su imagen
lo que tiene de veras.
Muerto dicen los que llevan los brazos de tu
muerta alegría.
Muerto después de días de incesante caza
bien armada a tus ideas.
Muerto de tus dedos muertos.
Muerto de tus ansias.
Muerto ignorando la sombra de un dios que odia
por no confundir ser su misma medida
y arrancar en paño intento de su imagen
lo que tiene de veras.
Suena a
golpe todo esto,
también el hacha de oficio del soldado que corta
tus manos suena a golpe
y corta las de mi país
y a cadáver suena dentro de ti.
Tantos gestos jóvenes amontonados en todas
partes
ya dejan de ser desiertos
y desvinculan su terror en deseo de un deseo
casi aventura del impulso de morir.
Son el blanco certero a tus fulgores,
Comandante.
Son tu ropa que huella a lo largo
la demencia que dejaste fuga a tu espalda.
Son la sordera del egoísmo que no tocó tu
cuerpo.
Son tus zapatos de trabajo y tierra, Guevara.
también el hacha de oficio del soldado que corta
tus manos suena a golpe
y corta las de mi país
y a cadáver suena dentro de ti.
Tantos gestos jóvenes amontonados en todas
partes
ya dejan de ser desiertos
y desvinculan su terror en deseo de un deseo
casi aventura del impulso de morir.
Son el blanco certero a tus fulgores,
Comandante.
Son tu ropa que huella a lo largo
la demencia que dejaste fuga a tu espalda.
Son la sordera del egoísmo que no tocó tu
cuerpo.
Son tus zapatos de trabajo y tierra, Guevara.
(…)
Ven a
ocupar tanto sitio,
que padezca el asesino de América la mirada
que te ha dañado
y que quede en el hombre tu mirada.
Qué amor o qué muerte pueden dejar de existir
del todo.
No te entierro Comandante.
No te entierro.
Sólo un puñado de tierra arrojo a la herida
definitiva de tu pecho
que balancee todo el amor que te compartió.
que padezca el asesino de América la mirada
que te ha dañado
y que quede en el hombre tu mirada.
Qué amor o qué muerte pueden dejar de existir
del todo.
No te entierro Comandante.
No te entierro.
Sólo un puñado de tierra arrojo a la herida
definitiva de tu pecho
que balancee todo el amor que te compartió.
(México, 1939)
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