viernes, 19 de septiembre de 2014

SALVADOR DÍAZ MIRÓN


 
 
A Margarita

 
 
¡Qué radiosa es tu faz blanca y tranquila
bajo el dosel de tu melena blonda!
¡Qué abismo tan profundo tu pupila,
pérfida y azulada como la onda!

El fulgor soñoliento que destella
en tus ojos donde hay siempre un reproche,
viene cual la mirada de la estrella,
de un cielo ennegrecido por la noche.

¡Tu rojo labio en que la abeja sacia
su sed de miel, de aroma y embeleso,
ha sido modelada por la gracia
más para la oración que para el beso!

¡Tu voz que ora es aguda y ora grave,
llena de gratitud suena en mi oído
como el saludo arrullador del ave
al sol naciente que despierta el nido!

¡La palabra mordaz y libertina,
en tu boca, que el ósculo consume,
es una flor de punzadora espina,
pero que tiene un mágico perfume!

¡Tu discurso es amargo, licencioso
y repugnante, pero extraño ejemplo!-
tu acento es dulce, arrobador y uncioso,
como el canto del órgano en el templo!

¡Tu lenguaje, a cuyo eco me emociono,
lastima al mismo tiempo que recrea:
es el salmo de un ángel por el tono
y el alma de un demonio por la idea!

¡Tu mano esconde un cetro: el albo lirio,
y fue tallada con primor no escaso
más para la limosna y para el cirio
que para la caricia y para el vaso!

¡Tu cuerpo...! ¡Qué a menudo la locura
rasgó ante mí tus hábitos discretos,
y tu estatuaria y lúbrica hermosura
me reveló sus íntimos secretos!

¡Cuántas veces a la hora del tocado
penetré hasta tu estancia encantadora!
Y en un tibio misterio plateado
por una claridad como de aurora,

te hallé al salir del agua derramando
un rocío de líquidos cambiantes
-escultura de nieve, comenzando
a deshelarse ya verter diamantes-.

Y vi a la sierva que te adorna y peina
ajustar con destreza cuidadosa
tu magnífica túnica de reina
a tu soberbia desnudez de diosa!

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

¿Qué miseria o qué afán o qué flaqueza
te arrojó del Edén, Eva proscrita?
¿Qué Fausto asió tu virginal belleza
y la acostó en el fango, Margarita?

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

¡Inexplicable suerte, buena y mala,
la que a ti me llevó y a mí te trajo!
¡Nuestro insensato amor es una escala
y por ella tú asciendes y yo bajo!

¡Oculta y sola, mi pasión huraña
crece en mi corazón herido y yerto;
oculta, como el cáncer en la entraña;
sola, como la palma en el desierto!

 

 

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