Poema
XIV
Te
esperaba en el alambre del día, comiendo latidos, sofocando el grito de los
huesos. A veces, sin embargo, cuando las poleas levantaban relámpagos y la
noche sabía a almacén, callaba. Recordaba entonces las cosas pequeñas: la luna
húmeda que encendía nuestros pasos junto al muelle o las palmeras amarillas de
Tozeur o aquel lento cometa, sobre los montes caudalosos, a cuyo paso
imaginamos la vejez. Te esperaba, deshabitado, acariciando el tiempo.
Ahora
que se ha endurecido tu imagen, no sé dónde guardas el pan, dónde los quicios,
las rodillas familiares, los ídolos de tu olor; he olvidado cuándo regresarán
tus manos. Aquí, mientras tanto, ascensores, transeúntes, horas que escupen
lágrimas.
Te
esperaba. Hablábamos de cosas sencillas. E ingería la ropa, los pezones, tu
mínima tos. Después salíamos a cenar como si nos hubiera amenazado un ángel.
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