viernes, 23 de julio de 2021

MIGUEL TEURBE TOLÓN

 

 


 

A mi madre

 

que me llama a Cuba con motivo de la Amnistía
dada por la Reina de España en abril de 1854

 

 

I

 

“Ven otra vez a mis brazos...”

me dices con tierno anhelo:

“Dale a mi alma este consuelo,

¡que la tengo hecha pedazos!

 

Muévante las ansias mías,

mi gemir y mi llorar,

y consuelo venme a dar,

hijo, en mis últimos días;

 

porque es terrible aflicción

pensar que en mi hora postrera

no pueda verte siquiera

¡y echarte mi bendición!”

 

—¡Ay triste! y con qué agonía,

y con qué dolor tan hondo,

a tu súplica respondo

que no puedo, ¡madre mía!

 

Que no puedo, que no quiero,

porque, entre deber y amor,

me enseñaste que el honor

ha de ser siempre primero;

 

y yo sé que mal cayera

tu bendición sobre mí

si al decirte “Veme aquí”

sin honor te lo dijera.

 

 

II

 

Pisar mi cubano suelo,

y oír susurrar sus brisas

que son ecos de las risas

de los ángeles del cielo;

 

al redor de la ciudad

ver los grupos de palmares

cual falanges militares

de la patria Libertad,

 

ver desde la loma el río,

sierpe de plata en el valle,

y entrar por la alegre calle

donde estaba el hogar mío;

 

pasar el umbral, y luego...

no encuentro frase que cuadre...

echarme en tus brazos, madre,

¡loco de placer y ciego!

 

Volver a tus brazos... ¡ay!

para pintar gozo tanto

¡ni pincel, ni arpa, ni canto,

ni nada pienso que hay!

 

Porque hasta en mis sueños siento

tan inmenso ese placer

que al fin me llega a poner

el corazón en tormento;

 

y si expresárselo a ti

fuerza fuera, madre mía,

solamente Dios podría

decir lo que pasa en mí.

 

 

III

 

Pero, ¡ay madre! que apenas

oiga tu voz que bendice

oiré otra voz que maldice

¡la voz de Cuba en cadenas!

 

Dolorosa voz de trueno

que gritará sin cesar:

“¡Cobarde, ven a brindar

con la sangre de mi seno!”

 

Y al ir a estrechar la mano

el hombre que en otro día

me respetaba y oía

como patriota y hermano,

 

sentiré aquel tacto frío

de la suya, que me dice

que su corazón maldice

la debilidad del mío;

 

y cualquier dedo, el más vil,

contra mi alzarse podrá

y con razón me dirá:

“¡Bienvenido a tu redil!”

 

Al verme en vergüenza tanta,

pobre apóstata cubano,

querrá el soberbio tirano

que vaya a besar su planta;

 

¿qué le responderé

cuando insolente me llame?

Menester será que exclame

“¡Pequé, mi señor, pequé!”

 

Y dirá el vulgo grosero,

con carcajada insultante,

al pasar yo por delante:

“¡Ahí va un ex-filibustero!”

 

Y habré de bajar la frente

sin poderle replicar,

porque tendré que tragar

su sarcasmo humildemente.

 

Esto no lo quieres, no:

lo sé bien, no lo querrías,

y tú misma me odiarías

a ser tan menguado yo.

 

Mas pronto lucirá el sol

de mi Cuba, independiente,

hundiéndose oscuramente

el despotismo español;

 

y apenas raye ese día

con amor y honor iré;

y “¡Aquí estoy ya!”, te diré;

“¡Bendíceme, madre mía!”

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario