Juancito
caminador
Todos
bailan (Los poemas de Juancito Caminador)
Traigo
la palabra y el sueño, la realidad y el juego de lo inconsciente,
lo
cual quiere decir que yo trabajo con toda la realidad
y si
hay alguna persona que quiere saber lo que me ha ocurrido
ya
se puede ir enterando.
Vamos
a girar, por ejemplo, alrededor de La Rioja
y de
esos rostros y esos paisajes que giraron a mi alrededor
hace
algunos años
y
que hoy se prolongan en la muerte de tantas fotografías perdidas.
Me
había ocurrido el nacer y el vagabundear adolescente
—cuando
era chico miraba llover y me gustaban los agrios dulces
—cuando
era adolescente me gustaban la cocaína y Victor Hugo
y
cuando de pronto me vi corriendo delante de la muerte
—estaba
trémulo, solo en la soledad de los Llanos—
la
vida me pareció tremendamente deliciosa y tremendamente,
verdaderamente
peligrosa.
Me
dijeron: ‘’Octavio Portela se murió’’
y
entonces pensé: ¿Es que uno puede morirse?
Infiel
no fui con el amigo querido.
Juro
que le rendí el mejor de los homenajes.
Cuando
el murió yo sentí un gusto inmenso de la vida y dije:
—Voy
a vivir también por lo que le quedaba de vivir.
Nunca
conocí el arrepentimiento feroz aunque no quise verlo muerto.
Me
parecía imposible que alguien se muriera mientras yo, ah,
mientras
Juancito Caminador amaba las muchachas del verano,
los
vinos ácidos, los versos de Rimbaud,
las
bombas, las orejas de las mujeres tuberculosas, los expresos
y
los ventiladores enloquecidos en los ángulos de las amuebladas.
Recuerdo
que él estaba asomado a una ventana del Hospital
y en
el fondo velaban a la chica muerta del día
y él
decía: “Qué olor tienen los caballos placeros’’
y el
florero estaba vacío sobre la pila de libros vacíos
porque
ya habíamos releído los libros y estábamos llenos de las ideas
de
los libros.
Yo
tenía nostalgia de cosas que iban a sucederme y pensaba:
¿Qué
estará haciendo ahora la Reina de Rumania?
¡Después
la conocí saliendo de un hotel de lujo
En
el corazón rencoroso de Europa!
Y
después anduve sobre los aeroplanos
y me
metí en estaciones absurdas, escondidas,
con
vagos aromas de aserraderos y destilerías.
Me
gustaba contar: ‘’ El día 14 de febrero el señor (aquí un nombre)
penetró
a la casa señalada con el número 1—7—7—4
y
fue ladrado por un perro sin cabeza’’.
La
primera vez que robé un libro, esa otra en que fui preso
por
dormir en un hotel de vagos y ladrones
o
simplemente, la vez que enamoré a la hija de un guardabarrera,
¡una
hija de la distancia, del camino, del horizonte desconocido!
Solía
frecuentar las obras en construcción, borracho, y recuerdo que una vez
Arturo
Santillán me dijo: ‘’ Por pasar por abajo nos vamos a quedar solteros’’.
Y yo
tenía dos queridas y una cajetilla de marfil llena de opio.
¡Todos
los relojes enloquecieron de pronto!
¡Todas
las marionetas lloraron en los organitos!
¡Todos
los almanaques rodaron degollados sobre las mesas de las oficinas!
¡Todos
los miembros de la Liga de las Naciones fallecieron de pulmonía!
Y mi
corazón continúa alegre y violento como el corazón alborotado de un mundo
nuevo.
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