miércoles, 26 de febrero de 2014

GUILLERMO CARNERO


  

De la inutilidad de los cristales ópticos



Si las imágenes se apiñan en un recinto oscuro
nada en ellas hay de movimiento (menos aún hábito de
movimiento);
sí en cambio los ojos de cristal que el taxidermista tan bien
conoce,
con su excesiva holgura en la órbita seca;
un día han de invadir a medianoche
los bulevares de la ciudad desierta,
aterrando con su agilidad a los animales pacíficos,
en una conjunción única que consagre el azar.

El azar, aniquilando en su represalia de hondero
el estupor del que alinea y su conciso cristal.



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