Pasé
tantas veces por aquí, y nunca os había visto.
Estamos
elaborando un inventario minucioso,
como
el herbario de una constelación impredecible.
Están
primero los lirios, aderezo de estrellas precipitadas,
las
dalias y los crisantemos,
hay
que contar a las amapolas porque también lo merecen las
flores
tímidas y menudas.
La
de la higuera es una flor subliminal.
Las
más librescas de todas, las inflorescencias en capítulo.
La
orquídea es claramente una flor sicalíptica,
se
imita demasiado, no sigo por ahí.
El
hibisco llena de antojos y proverbios la tarde.
Hortensias:
contadme cuánto de feliz fui aquí.
Están
los iris, la lavanda, la llamada rosa de té.
Y
luego está la magnolia que, como su nombre indica,
en
tiempos debió de dar emblema a algún tipo de soberanía mongol.
Calas,
anémonas, el aguerrido síntoma del rododendro.
Después
están otros prodigios registrables en latitudes apartadas,
como
la indecible flor del chilamate,
que
se siente pero no se ve, como
ese
profundo amor que sube como un bramido desde las rodillas.
Hay
adargas
de río, rosas chinas, dientes de león.
Tenemos
también cosmos y azar y pensamientos pero esas son ya
flores
más conceptuales.
La
pasiflora es como el trono de una respuesta, el
baldaquino
de una consideración.
Hay
flores que llevan para siempre el nombre del primer ojo que las vio.
Lilas,
caléndulas, clavellinas.
No
puedo olvidar las mimosas, enjambre de diminutas advertencias,
ni
a mis absolutas consentidas: fragor indecente de las buganvillas.
Pero,
ya os decía, no sé, es curioso,
pasé
tantas veces por aquí y
no,
no
os había visto
nunca.
(Traducciones al castellano
de la autora)
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