Sirena
Envuelta en la luz se vuelve roja. Llegó con un mar
inhóspito, cantando que la suerte la anida cada hueso. Trae un calamar en El
tobillo y camina dejando de rastro las estrellas.
Un beso se le escapa, llega ante la boca de un
parroquiano. Ella ríe, sacude las mariposas de su cuerpo. Un par de ojos choca
ante el cristal que guarda el aire, que asfixia al fuego antes de arder bajo la
bóveda.
Esa piel castaña asombra ante el espejo de su
canto. El marinero la dejó suelta entre caracoles de mentira. Ella se perfumó
la oreja con la sal de su saliva.
Esta medusa ha ensortijado las historias. Echó
redes a las venas, anudó los pendientes del dueño de este antro; volvió a la
luna página de su bitácora, cómplice del color abundante de su boca.
Observa entre las velas. Elige. Apunta hacia el
poniente. La brújula que recorrió su pecho la hizo madre de los hombres. La
llamó hija de su llanto.
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