lunes, 16 de abril de 2018

ALFREDO R. PLACENCIA






I

El mal aventurero



Se echó a cuestas su cátedra y, así cargado, vino
a decir a la turba de ilusos que era bueno
el oficio execrable de vivir de lo ajeno,
sin andar por los montes ni arriesgarse al camino.

Y le abrieron sus brazos los ilusos.
Concino
hallaron el discurso que fermentó el veneno
que la muerte traía.
Y al abrirle su seno,
se le tendió la mesa y agua se le previno.

El mal aventurero llegó a los pocos días
a ser como el pontífice de mi grey y el oráculo.
Y pervirtió a las almas, que dizque fueron pías.

Y siendo yo una rémora y una ley y un obstáculo,
a escoger se me puso una de tantas vías
sin coger ni mi alforja, ni mi luz, ni mi báculo.


De: “El éxodo”




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