Apertura
La
ciudad es un sueño colectivo,
un por-venir siempre entre la grúa y sus habitantes,
agarrando fuerte los días con la pala, el cubo de playa y las conchas
que se pueden encontrar entre los escombros de las promociones de viviendas,
el carril, la bicicleta, un hueco donde aparcar.
Los coches son testigos fijos como las cámaras omnipresentes.
Los niños corren, gritan, ríen en cualquier lugar,
también en los parques sucios con sus palomas grisáceas de polvo.
La
ciudad es vida entera de destino,
ciudad que mancha sangre junto a mi sangre que también derramo,
me agacho y la recojo, llevo una bolsa de plástico verde,
como las que llevan los dueños de los perros,
hombres y mujeres que aman perros.
Yo
amaba la sangre que expulso ahora,
la amaba, la he amado, creo que ya no la necesito y se me cae.
No
quiero manchar mi ciudad con mi sangre.
No
quiero mancharte a ti, hombre al que creo que amo con mi sangre,
y rezo para conjurar una fórmula que cambie este hecho y en la que se pueda
leer que no hay hemorragia perpetua.
Entre las grúas y los perros,
los balcones de ladrillo y el agua que expulsan los cuerpos
sentados en las sillas de plástico,
los muslos pegados a la ralladura manchada de alioli, y los aparatos
inteligentes sobre las mesas.
Están también los hijos de la sangre que hilan
futuras hemorragias y se agarraran a las ventanas
de
los séptimos,
con
bailarines colgando en el ruido
de esta ciudad que hierve.
Vidas
salpicando a 45 grados entre ruedas de monopatín y pasos de cebra.
Los
semáforos se sienten ángeles e iluminan el camino
de asfalto tatuado de gomoserrina y colorante,
líneas
de vida urbana,
entre
los contenedores de reformas y las superficies enceradas.
¡No
te escurras!
Esta
ciudad es una pista de patinaje sin hielo.
No
es tan difícil porque al final siempre te quedarán los veranos y la Piscina del
Oeste.
De: “Piscina del oeste”
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