miércoles, 4 de agosto de 2021

RAFAEL OBLIGADO

 


  

La mula ánima

 

 

Iba un anciano trepando

en ágil mula la sierra,

desde el sombrero a la barba

suelto el barbijo de seda;

poncho de agreste vicuña

con franjas, flecos y hojuelas,

ha medio siglo bordado

por su finada la prenda;

llevaba usutas (sandalias

no he de decir en mi tierra),

que así le guardan los pies

como le sirven de espuelas;

un guardamonte de cuero

con que se cubre las piernas,

a cuyo empuje se inclinan

arbustos, cardos, malezas,

y huyen guanacos y cabras

cuando, al trotar de la bestia,

con resonantes crujidos

sobre sus flancos golpea.

 

Lleva aquel viejo en el alma

la triste música interna

de los recuerdos: los besos

de las ternuras maternas,

el dulce abrazo infinito

y el largo ¡adiós! de su prenda,

cuando, a través de los Andes,

fue a combatir y a quererla;

y allá en lo oculto, en lo hermoso,

la imagen fulgida, eterna,

de nuestra patria... la patria

de las heroicas proezas,

de William Brown en los mares,

de San Martín, en la tierra.

 

Él fue con Dávila a Chile,

con Güemes a la frontera,

con La Madrid a Tarija,

a Junín con Necochea,

y era tan fiel en amores

como atrevido en la guerra.

Tiene este viejo una enjundia

que ni el demonio la tuesta,

y donde asoma un peligro

es para hollarlo una fiera.

De la espantosa Mula ánima

tantos horrores le cuentan,

que, por hallarla a su paso

y refrenarle las riendas,

hizo a la Virgen del Valle

esta sencilla promesa:

“—Haz que la encuentre, y de alfombra

pondré a tus plantas de reina

este mi poncho, tejido

por mi finada la prenda”.

 

Embebecido iba el hombre

en sus recuerdos y penas,

cuando, de un rancho asentado

sobre la abrupta ladera

salióle al paso, en tumulto,

un mocetón, una vieja,

una serrana, dos niños,

y hasta una cabra casera;

sucias las caras, y un susto

lívido y áspero en ellas.

 

—¡Va por allí! —le gritaron—,

¡va por allí, por la cuesta!"

“—¿Quién? —preguntó, deteniéndose,

el del barbijo de seda.

—¡Ella! ¡La mula maldita

que por la noche anda suelta!”

“—Sí, dijo el mozo, la he visto

al despertar de la siesta.”

“—Y yo, añadió la serrana,

desvanecerse en la niebla.”

“—Mas, cuando pasa de día,

como esta vez, se presenta

de viuda, toda enlutada,

en dirección a una iglesia.”

“—Y al regresar cada noche,

es mula en llamas envuelta.”

“—Pues a esperarla me quedo”,

dijo el del poncho de hojuelas.

“—¡Ah, qué mujer!” —persignándose

murmura al cabo la abuela,

mientras el viejo soldado

entra a su rancho y se sienta—.

“¡Ah, qué mujer!... Era blanca

como las nieves eternas,

y rubia como esos cardos

que dan flor en primavera.

Se enamoró de un soldado

de la santa independencia,

que con Dávila fue a Chile

a luchar por su bandera;

y como era tejedora

de las pocas y las buenas,

le hizo un poncho de vicuña

más liviano que hoja seca.

 

El buen joven se marchó

a libertar nuestra América,

bajo fe de su palabra

de casamiento a la vuelta;

y ella, dos años corridos,

fue tan loca y sinvergüenza,

que se enredo con un cura

para curarse de ausencias.

Dios, el gran Dios, la maldijo

hiriéndola con su diestra,

y echó, su ánima a penar

por las quebradas desiertas,

convertida en esa mula

que en la noche se pasea,

que de ojos, boca y narices

arroja llamas siniestras.

Por un decreto divino

lleva colgando las riendas,

hasta que un hombre muy hombre,

por redimirle la pena,

con fuerte brazo y fe santa

la refrene en su carrera.”

 

lba cayendo la noche

al terminar la conseja,

y conmovido el soldado

por unas ansias secretas,

mudo besó, al despedirse,

a los niños y a la abuela,

y, cabalgando en su mula,

se echó a vagar por la sierra.

 

Era una noche sombría

fúnebre noche, de aquellas

en que los genios medrosos

salen de grutas y cuevas;

en que una mano, asomada

de algún recodo, hace señas;

en que está oculto un misterio

que hace temblar las tinieblas,

y hasta el rumor del torrente

es un rodar de cadenas.

 

El noble viejo marchaba

por la sinuosa vereda,

cuando unas luces rojizas,

hiriendo a saltos las peñas,

le iluminaron un arria

de pardas mulas cargueras,

cegadas, quietas, bufando

bajo las vivas centellas,

y a los arrieros, postrados,

la faz oculta en las piedras.

 

Luego, por boca y narices,

echando ardientes culebras,

que, retorcidas, los muros

suben y en lo alto chispean,

se apareció la Mula ánima,

al aire flojas las riendas.

 

Echó pie a tierra el soldado

de las batallas homéricas,

y se avanzó a recibirla

con toda el alma en la empresa.

Hizo a la Virgen del Valle,

como a sus jefes, la venia,

y cuando estaba ya encima

la mula, en llamas envuelta,

la refrenó, y a su pecho

vino a estrellarse, ya muerta,

pero en mujer convertida...

¡Y era su novia, la prenda!

 

Se echó a llorar como un niño

el de las lides de América...

Mientras, la Virgen del Valle

bajó ceñida de estrellas.

Él le tendió como alfombra

su rico poncho de hojuelas,

y ella, posada un instante

para aceptar la promesa,

volvióse al cielo llevando

purificada en su esencia,

un alma mísera, indigna,

pero que ha amado en la tierra.

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario