viernes, 13 de noviembre de 2020

FERNADO CHARRY LARA

 


 

Ciudad
 



Por el aire se escucha el alarido, el eco, la distancia. 

Alguien con el viento cruza por las esquinas y es un 
instante 
su mirada como puñal que arañara la sombra. 
Desde el desvelo se oyen sus pisadas alejarse en secreto 
por la calle desierta tras un grito. 

Una mujer o nave o nube por la noche desliza como río. 
Junto al agua taciturna de los pasos 
nadie le observa el rostro, su perfil helado 
frente al silencio blanco del muro. 

(Por el mar bajo la luna su navegación no sería 
tan lenta y pálida, 
como por los andenes, ondulante, 
su clara forma en olas 
avanza y retrocede. 

Esos pasos, rozando el aire, se niegan a la tierra: 
no es el repetido cuerpo que en hoteles de media hora 
entre repentinos amantes y porteros 
su desnudo deslumbra bajo manos y manos 
y despierta soñoliento en un 
apagado movimiento 
mientras a la memoria 
acuden en desorden lamentos. 

En la oscuridad son relámpagos 
la humedad en llamas de esos ojos 
de oculta fiera sorprendida, 
y algo instantáneo brilla, 
la rebeldía del ángel súbito 
y su desaparición en la tiniebla). 

La noche, la plaza, la desolación 
de la columna esbelta contra el tiempo. 
Entonces, un ruido agudo y subterráneo 
desgarra el silencio 
de rieles por donde coches pesados de sueño 
viajan hacia las estaciones del Infierno. 

Duermevela el reloj, su campanada el aire rasga claro. 
En el desierto de las oficinas, en patios, 
en pabellones de enronquecida luz sombría, 
el silencio con la luna crece 
y, no por jardines, se estaciona en bocinas, 
en talleres, en bares, 
en cansados salones de mujeres solas, 
hasta cuando, como con fatiga, 
la sombra se desvanece en sombra más espesa. 

Desde la fiebre en círculos de cielos rasos, 
oh triste vagabundo entre nubes de piedra, 
el sonámbulo arrastra su delirio por las aceras. 
El viento corre tras devastaciones y vacíos, 
resbala oculto tal navaja que unos dedos acarician, 
retrocede ante el sueño erguido de las torres, 
inunda desordenadamente calles como un mar en derrota. 
Siguen por avenidas sus alas, su vuelo lúgubre por 
                                                           suburbios: 
se ahonda la eternidad de un solo instante 
y por el aire resuena el alarido, el eco, la distancia. 

Muerte y vida avanzan 
por entre aquella oscura invasión de fantasmas. 
Los cuerpos son uniformemente silenciosos y caídos. 
Un cuerpo muere, más otro dulce y tibio cuerpo apenas 
                                                                  duerme 
y la respiración ardiente de su piel 
estremece en el lecho al solitario, 
llegándole en aromas desde lejos, desde un bosque 
de jóvenes y nocturnas vegetaciones.

 

De: "Los adioses"  

No hay comentarios:

Publicar un comentario