IV
Audazmente
me arriesgo al desprecio.
Lo
profundo del alma anhela confesar,
los
labios del cantor deben arder
para
soplar en las flamas de su aflicción.
¡Puedo
entonces voltear y perderme
a mí
mismo, tonto, desconsolado?
El puro
nombre del cantante desprecias
¿no lo
amas habiendo visto su rostro?
Tan
altas aspiran las ilusiones del alma.
Sobre
mí, tú te paras magnífica.
Más
estas tus lágrimas que yo deseo
y esos
mis cantos que tú sola disfrutaste
para
dar a ellos gracia y ornamento.
Entonces
ellos pueden ahora desvanecerse en el vacío.
De: “Concluyendo Sonetos a Jenny”
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