A la isla de Ross en la distancia
I
A más
de mil millas del Egeo
está
el mar de Ross, la cordillera de Edsel,
Cabo
Coleck.
Dardanelos
y Mac Murdo
y las
islas de Naxos y la isla de Coulman
a
millones de nudos de distancia.
Laberintos
de luz, filamentos de hielo,
tan
lejos del mar Jónico,
de
Samos de Leucade
en
las grutas perdidas de isla Sturge.
Estrechos,
cabos, islas, bahías y volcanes
me
recuerdan tu cuerpo y la distancia,
que
es amor para mí como la Antártida
tan
fríamente bella.
II
Y la
isla de Ross, espejismo de hielo
entre
las aguas,
y las
aguas del mar de Ross, espejismos de tierra
en el
océano,
y el
glaciar de Beardmore, espejismo de lava
austral
en las planicies,
y el
volcán Erebus y el cabo Evans,
y la
isla de Coulman y Mac Murdo.
Y tus
piernas en las calas de Ross
y tus
labios en la isla de Ross con fuerte viento,
y los
surcos trazados en tus manos
en el
glaciar de Beardmore
y en
el Erebo.
Y la
distancia tan cruel que nos separa
en
valles silenciosos tras cristales de nieve
cegadores.
Y nos
quiebran la voz marmóreos arrecifes,
hirientes
angosturas y parajes
de
nieves arenosas.
Y la
bruma que me oculta
el
indicio atrapado entre las rocas,
el
rastro casi glaciar de tus cabellos,
la
serena huella de tus pasos
que
me habla aquí de tu presencia en la isla de Ross,
en
las costas del Sur, en cabo Evans.
Un
indicio de ti que me haga creer
después
de tanto silencio en sortilegios.
Es
tan triste cobijarse en la noche polar en las cavernas
tan
blancas y profundas
y
pensar en el día aquél en que fuimos sin fin
en
otros mares
en
algas que no llegaron jamás a estas banquisas.
¿Qué
quedó amor del oráculo de Delfos
en
estas aristas, simas, precipicios sin fin,
en el
silencio inquietante de estas calas?
¿A
qué Dios ofrendar el petrel de las ventiscas?
¿A
qué divinidad sacrificar
las
entrañas sagradas del albatros?
A
quién aullar si los gemidos se deslizan
remotos
en glaciares,
a
muchas millas de distancia de la costa,
muriendo
finalmente con las focas,
con
los lobos de mar, con los rorcuales.
Sin
embargo tus piernas continúan en las calas
de
Ross, en cabo Evans,
en el
cráter activo del Erebo.
¡Qué
Ítaca tan inhóspita el Erebo,
que
me priva de Circe y de tus brazos,
de
las islas del Sol y los hechizos!
Pero
aquí, amor, desde Mac Murdo
en
bahías brumosas, resguardadas,
en
ciudades de hálito de hielo,
tu
cuerpo y la mar tan hostil
y la
isla de Coulman me acompañan.
III
El
nuestro es tan sólo un amor de encrucijadas
consumido,
amada, en lugares donde los caminos
se
bifurcan
donde
las sendas se destrozan y desgarran.
Y ha
de ser así, mujer enclave
que
encalles en mi cuerpo,
mientras
la oscuridad a golpes se desliza.
Y ha
de ser así como te acerques
sigilosa
a mis calas
como
una nave cargada de amaranto
que
ansiosa llegara desde Anafi
oscura
como el vino, incierta en sus vaivenes
como
el nácar.
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