A
una vieja nube
¿De
veras pensaste, nube, que siempre serías pájaro?
Fuiste
vapor de orgullo, y en tu liviandad
creíste
que eran verdad
las
palabras del niño que te vio desde el jardín:
Altisonante,
tirado en la yerba, soñaba despierto:
¡Es
un cisne, es una sirena color de rosa, flotante!
Y de
ahí en adelante, te dio por llover.
¡Mírate
ahora! Me recuerdas a aquella mujer
que
volví nube de tanto mirarla,
pero
ella no se volvió charco –como tú, pobrecita de ti–.
¿Ella?
Ella pasea por Polanco
y ya
no se acuerda de mí.
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