La
Virgen de Guadalupe
Desde
el patio al parque,
arrancó
indiscriminadamente,
su
profundo cabello como una
bandera;
goteando de católica,
violetas
y dorados rosarios
en
cada temblorosa coyuntura de su cuerpo;
listón
de terciopelo y retazos de lúrex,
azules
Marías y Teresas.
A
través de la ciudad abrió una senda,
su
boca se volvió una trampa de fuego;
olía
a los hombres
de
motocicletas y ephemeras vintage.
La
llamaron Virgen de Guadalupe
por
todas sus rosas clavadas, su lloroso mesías;
sin
embargo, el nombre resultó irónico.
Oíste
que fue madre
ruidosamente
detrás
de
la parada del autobús al anochecer.
Su
cabello ardería en el verano
y
los santuarios que mantuvo detrás de sus oídos se derretirían,
lloraría
a través de la ciudad usando sólo calcetines
y no
mucho más.
No
pasará mucho, mira,
antes
de que no vuelva llorar–
se
convierte en leyenda
para
las celebridades de alcantarilla
y
quizá
limpia
habitaciones de un hotel cualquiera.
Versión
de Luis David Palacios
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