Renuncio
a morir
(cuarto menguante)
Alguna
vez se había preguntado
qué arrebato, qué bárbara osadía
condujera
aquella mano joven
a tanta desmesura,
a renuncia tan ciega, tan fuera de su sitio,
tan desalmadamente llena
de varón:
el no podría
renunciar a morir
después de haber amado tanto.
Ahora,
bajo la luz severa del verano,
en la ciénaga de oro
os anuncio mi muerte
—tardará, porque debo
hacer algunas cosas prescindibles
que prometí hace tiempo—.
Y os
juro por sus ojos
que sigue siendo de oro
la hoja de aquel árbol.
De:
“Que asedia el mar”
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