Vértigo
¡Oh,
qué cosa es el hombre! ¡Qué distante del poder, del descanso y la paz
establecida! Es por lo menos veinte hombres diferentes en una hora.
Es
uno cuando cuenta al cielo entre sus tesoros; pero luego un pensamiento se
insinúa, y lo llama cobarde, porque pierde el placer por temor al pecado.
Hoy
luchará, irá a las guerras; luego comerá su pan en paz, y reposará
tranquilamente. Hoy despreciará las ganancias; luego ahorrará todo el día.
O
construirá una casa, que pronto ha de caer, como si soplara un torbellino y
derrumbara el edificio; y en parte es verdad, porque así es su mente.
¡Oh,
qué aspecto tendría el hombre, si sus vestiduras cambiaran con sus decisiones;
si como la piel de un delfín sus ropas concordaran con sus deseos!
Seguramente,
si cada uno viera el corazón ajeno, ya no habría comercio, ni ventas ni
contratos; todos se dispersarían, y vivirían separados.
Señor,
arréglanos, o mejor, constrúyenos; una creación no nos ha bastado. Si no nos
creas diariamente, olvidaremos nuestra propia salvación.
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