Quemar
el bosque
Nos
observo en la calle un día nublado,
como niños muy viejos jugando sin permiso
junto a máquinas sucias de conservas.
Estamos
en el centro de la imagen,
nuestros rostros pequeños en el centro de todo,
con una luz encima.
Todo
está muerto aquí, y sin embargo,
la basura expandía los límites del mundo,
como una geografía improvisada.
Inventamos
un juego,
que consistía primero en pedir algo,
en estricto silencio.
Un deseo, tal vez,
una idea primera de la suerte.
¿No
era esto madurar: elegir cosas
y esconder la elección a los demás?
Girábamos
después sobre nosotros,
distraídos y torpes,
con todas nuestras ganas, una vuelta
tras otra,
el máximo posible de minutos.
Ganaba el que aguantara
por más tiempo,
esquivando el mareo o el cansancio.
Tú y
yo siempre perdíamos.
Hemos vuelto a perder en esta escena.
Pero
el hallazgo era nuestra suerte:
descubrir que los trazos del cuerpo y sus excusas
condicionan el resto del paisaje.
No hay comentarios:
Publicar un comentario