Una carta no dos
Como
esos rostros que sólo una vez logramos ver,
llegaste
a pastar los surcos de mi cabello,
argumentando
con método ortodoxo
amor prófugo nunca cae en deriva sobre la
mar.
Raspé
la corbata de la incrédula que fui
y me
prensé en los labios guillotinas azules
que
despedazaron mis ultimas palabras de amor.
Desde
entonces el calendario sube en bicicleta
hacia
mis parpados
dejando
mi mirada envuelta en ruedas de fuego
que
lleva todo abril, porque para entonces todo
abril era todo.
Mordí
los silencios que como jaurías
se
precipitaban en mi pecho.
La
esperanza viajaba en féretro
abriendo
con sus uñas las ranuras de la madrugada
por
donde se veía como la soledad sin tu cuerpo
me
cubría parte de la frente.
Vos tal
vez pensando en aquella profecía de mujer
que
recoge caracoles
y que
nunca se logra casar.
Y yo
que guardaba en los andamios de mi barco
un
pedazo de tu playa,
me di
cuenta que era demasiado tarde
para
escribir cartas que emergieran de tu amor.
Y yo
que creía en lo contemporáneo
y en
esas formas lúdicas de olvidar;
ahora
que lo pienso, qué buenas aquellas madrugadas
con una
luz entreabriendo mis piernas,
yo a
solas, esperando al hombre que jamás regresó.
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