domingo, 21 de enero de 2018

MAYRA OYUELA




Una carta no dos



Como esos rostros que sólo una vez logramos ver,
llegaste a pastar los surcos de mi cabello,
argumentando con método ortodoxo
amor prófugo nunca cae en deriva sobre la mar.

Raspé la corbata de la incrédula que fui
y me prensé en los labios guillotinas azules
que despedazaron mis ultimas palabras de amor.
Desde entonces el calendario sube en bicicleta
hacia mis parpados
dejando mi mirada envuelta en ruedas de fuego
que lleva todo abril, porque para entonces todo abril era todo.

Mordí los silencios que como jaurías
se precipitaban en mi pecho.
La esperanza viajaba en féretro
abriendo con sus uñas las ranuras de la madrugada
por donde se veía como la soledad sin tu cuerpo
me cubría parte de la frente.

Vos tal vez pensando en aquella profecía de mujer
que recoge caracoles
y que nunca se logra casar.
Y yo que guardaba en los andamios de mi barco
un pedazo de tu playa,
me di cuenta que era demasiado tarde
para escribir cartas que emergieran de tu amor.
Y yo que creía en lo contemporáneo
y en esas formas lúdicas de olvidar;
ahora que lo pienso, qué buenas aquellas madrugadas
con una luz entreabriendo mis piernas,
yo a solas, esperando al hombre que jamás regresó.


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