miércoles, 13 de septiembre de 2017

PABLO FIDALGO




Porto-Vigo



Durante toda mi juventud en el autobús
vi mi luz encendida y todas las demás apagadas.
Vi mi tiempo entrando en el tiempo de los otros.
¿Cómo decir que te estaba buscando
cada madrugada, vigilando el sueño de los demás?

Creo que en otro tiempo los hombres
se sentaban junto a los caminos de día y de noche
para ver pasar jóvenes como yo hacia la guerra.
Durante toda mi juventud yo me ocupé
de que alguien me viese venir.

Creo que las palabras deben ser lavadas una por una.
Odié a aquellos que me hicieron creer
que habíamos descubierto el mundo juntos
cuando sólo yo lo sufrí.
¿Quien pasa el dolor, como una madre,
posee más? No lo creo.
Y sin embargo este poema habla de eso.

Un hombre deja su vida
y llega hasta mí, toma la palabra,
la huele, la prueba, la saborea.
Yo le digo, qué bello el hombre como tú
que no se cree nada.
Él dice, qué necesario el hombre como tú
que se lo cree todo.

Cómo le cuesta al hombre que no cree en nada
dejar la palabra.
Cómo le cuesta aceptar
que no va a creer en nada nunca más.



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