Supongamos
Turkestán
a Pablo
Ohde
Prefiero
imaginar tu parada argentina
sobre
la proa de un barco ennegrecido,
ese
porte ajeno a todo carnet de afiliación
o
pertenencia,
salvo
ese infinito océano primordial
donde
la vida copula y renace cada día.
Tu
sonrisa irónica y transoceánica
surcando el
mar la mar
la
rosa bisexual,
el
humo de los fumaderos,
la
sal de los monstruos marinos,
lo
viviente como equipaje denso:
latidos
desenfrenados en un cuerpo lento,
tu
altavoz que no cambia
el
alcohol más preciado
ni la
madrugada más bella
por
el recuerdo de esa bahía de hembra alucinada.
La
alondra Spinoza posada sobre tu hombro,
avizorando
desde tu altura
la
espuma de esos días fáusticos
sobre
los acantilados de la Costa Brava,
y
murmurándote, como una pasión triste,
la
dulce canción final
de
los desterrados.
Ahora
parece que te fuiste
al
carajo, marinero,
supongamos
Turkestán,
a
seguir arrastrando
tu
voz en la poesía –poesía sobre tu voz–
con las
maravillas que no morirán.
Escupiendo
versos contra toda servidumbre,
sobre
la grisura de un mundo
un
poco más miserable y solitario.
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