A
Julián y Andrés.
Canto
I
I
Llegaron
para detener al silencio.
Los
pájaros congelaron sus alas.
Hubo
ausencia de aire y en mi vientre un tajo.
De la
carne se desprendieron dos luces, y un arroyo puro
que
manchó los salitrales.
Eran
dos las luces. Era la carne una.
Yo
pensé en las aguas del Nilo teñidas
y en
las siete profecías
también
en cuál era el pecado
por
el que un hijo puede hacerse río rojo.
II
Los
días abandonaron la línea
y se
volvieron círculos
los
tres quedamos encerrados dentro.
Quisimos
hundirnos en la arena
igual
que la espuma abandonada por la marea.
Quisimos
hundirnos juntos en los nombres
hasta
que el abrazo de una luz mayor
nos
devolvió el llanto.
III
Permanecimos
formando una tríada
estrecha
en el respiro,
ellos
prendidos de mi pecho
alimentados
con mi leche, un marfil de luna
sorprendidos
al vernos
en el
reflejo del otro.
Alrededor
volaban toda clase de criaturas
unas
danzas incomprensibles, de rituales.
Nos
sosteníamos.
IV
Recuerdo
cantar una canción
un
amuleto para que la sal no nos tragara.
La
canción tenía una única palabra
que
yo les susurraba en los oídos.
V
Me
aferré a los vaticinios que cayeron
de
los oros en la herencia. Los apreté fuerte
y me
salvé los ojos.
Todo
esto duró hasta que Dios
sentenció
la ausencia de pecado
y nos
devolvió a la vida.
De: “La ruta del marfil”
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